Dios siempre te oye
“Padre, gracias te doy porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes. Pero lo dije por causa de los que me rodean, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11:41-42).
Hay familias, países e instituciones donde las personas que ostentan la máxima autoridad crean espacios muy extensos dedicados exclusivamente a hablar ellos mismos. Así, programas de radio y televisión se convierten en monólogos políticos; reuniones de empresa se convierten en discursos autoritarios; o momentos en familia acaban siendo largos sermones que incomodan a todos los presentes. La gente se cansa o se aburre, y solo se quedan para escuchar hasta el final aquellos que no son libres para dejar de hacerlo o que reciben algún beneficio. Qué bueno es saber que nuestro Padre –cabeza de nuestra familia–, nuestro Dios –soberano máximo de nuestra vida–, el Señor –auténtico jefe de todo el trabajo que hacemos– no es así.
Jesús afirmó que Dios siempre oye. No se dedica a hablar y hablar, sino que hace silencio para oír. Dios tiene tiempo y disposición para escucharte cuando vas a él en oración y le hablas acerca de tus ideas y sentimientos. De hecho, quiere oír tus penas y tus alegrías, tus sueños y tus cargas. Puedes ir a él con confianza. En Dios, no vas a encontrar a alguien que no para de hablar o que te interrumpe cuando hablas; por el contrario, encontrarás a un Dios tierno, amoroso y paciente, que nunca te echará fuera y que siempre te escuchará.
¿Acaso no es maravillosa esta cualidad de Dios? A mí me encanta saber que mi Padre celestial siempre me oye. Particularmente en estos tiempos en que apenas sabemos o queremos escucharnos unos a otros, y tantas veces nos frustramos por falta de encontrar un oído atento. Esto es un serio problema para cualquier tipo de relación y tiene el potencial de dañar y destruir. La gente solo quiere hablar, mostrar lo que sabe, lo que piensa o lo que siente. A menudo las conversaciones humanas parecen un concurso para ver quién habla más, incluso de lo que no sabe. Haríamos bien si intentáramos imitar esa cualidad de Dios que es saber escuchar. La Biblia misma señala la importancia de que seamos más escucha que discurso. En Santiago 1:19 leemos: “Queridos hermanos: todos ustedes deben estar listos para escuchar; en cambio, deben ser lentos para hablar” (DHH).
Yo “amo al Señor, porque ha escuchado mi voz y mis súplicas, porque ha inclinado a mí su oído, por eso lo invocaré mientras yo viva” (Sal. 116:1, 2). ¿Y tú? ¿Lo amas también? ¿Lo invocarás cada día?