
Solo hojas
«Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo a lo lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas» (Marcos 11: 12-13).
Amo el mundo vegetal, las flores, los frutos. Y aprecio en especial los árboles. Tengo un par de pequeñas higueras en el patio de casa. Me encanta ver las dos espectaculares higueras que crecen en el colegio próximo a donde vivimos. Y tengo recuerdos inolvidables de la enorme higuera que tenía mi abuelo, bajo la que he jugado y a la que he trepado tantas veces.
Estoy seguro de que Cristo todavía apreciaba más que yo esos magníficos árboles, como todo lo admirable que todavía nos queda de la asombrosa creación. Y en efecto, Jesús ve a lo lejos un árbol que atrae su atención, porque es una higuera llena de hojas. Nada habría de insólito en eso si ya fuese verano, porque en torno al Mediterráneo las higueras son los últimos árboles que reponen su follaje en primavera. Y lo curioso es que suelen empezar a mostrar sus promesas de frutos antes que sus hojas. Eso hacen mis higueras cada año. Aquella no.
Pero ¡qué decepción! Una higuera llena de hojas debería tener ya frutos. Pero esa solo tenía hojas. Nuestro relato precisa que en ese momento en Jerusalén aún «no era tiempo de higos» (Mar. 11: 13). Pero aquel árbol aparentaba otra cosa. Lo sorprendente y anormal no es que no tuviese frutos, sino que tuviese tantas hojas. La singular higuera avistada por Jesús, de exuberante follaje, daba la impresión de poder esconder ya higos precoces (o infrutescencias), que aquí llamamos «brevas», y que suelen darse algo más tarde. Pero vista la situación, esta higuera no iba a dar ningún fruto. Ni entonces, ni más tarde ni nunca.
Por eso le servía a Jesús como parábola elocuente de la situación espiritual de su propio pueblo: de lejos parecía mejor que otros, pero detrás de las apariencias, mirando en su interior, Jesús no encontraba los frutos que esperaba de él. Aparentaba una avanzada madurez, cuando en realidad no tenía frutos.
Sin duda nosotros no somos los primeros destinatarios de este relato. Pero todos podemos dar más «hojas» que «frutos». Todos podemos aparentar lo que no somos y decepcionar a Jesús.
Porque si algo debemos aprender de su carácter es la autenticidad.
Señor, unido a ti, como la rama al árbol, te pido hoy que me hagas capaz de producir los deseados frutos, aun cuando nadie los espere de mí.