Martes 31 de Mayo de 2022 | Matutina para Mujeres | Aversión al riesgo

Aversión al riesgo

“Estas señales milagrosas acompañarán a los que creen: ‘Expulsarán demonios en mi nombre y hablarán nuevos idiomas. Podrán tomar serpientes en las manos sin que nada les pase y, si beben algo venenoso, no les hará daño. Pondrán sus manos sobre los enfermos, y ellos sanarán’ ” (Mar. 16:17, 18, NTV).

Todas deseamos presenciar un milagro; ¡lo que no queremos son los desafíos que preceden a los milagros! Queremos que Dios multiplique la comida, pero no quedarnos con el último paquete de arroz (2 Rey. 4). Deseamos que Dios destruya a nuestros enemigos, pero no enfrentarlos con pocos recursos (Juec. 7). Queremos recibir una nueva manera de pensar y una nueva vida, pero sin tener que renunciar a la anterior (Mat. 16:25). En otras palabras, deseamos los resultados, pero sin correr el riesgo.

Nuestra cultura tiene aversión al riesgo y nos enseña, ante todo, a priorizar la seguridad y el éxito. Pero sin riesgos, cubiertos en plástico de burbujas para embalar, no podremos crecer en la fe ni experimentar milagros. De hecho, cierto elemento de riesgo es esencial hasta para disfrutar de las cosas más simples de la vida. Cuando era chica me encantaba jugar a las escondidas. Una de las reglas primordiales del juego era: “No vale perrito guardián”. Es decir, quien le tocaba contar tenía que recorrer el parque o el patio en busca de los compañeros. No podía quedarse cerca de la pared donde contaba; debía correr el riesgo. Sin esta regla, el juego perdía toda emoción.

No creo que debamos correr riesgos innecesarios. Sin embargo, la parábola de los talentos nos demuestra cómo lo que a veces dejamos pasar por prudencia no es más que miedo (Mat. 25:24-27). Cristo nos llama a correr riesgos por su causa. En Héroes en las calles, Martín Carrasco dice: “Para arrebatar a la gente del reino de las tinieblas y traerlas al Reino de Dios, deberán hacer cosas que no han hecho hasta ahora, y correrán riesgos que no han corrido hasta ahora. Poner un pie en el territorio enemigo, llegar hasta las puertas del infierno para verlas caer, implica correr riesgos. […] No existe una vida cristiana sin fe; y no existe vida de fe sin el elemento de riesgo”. Si decides vivir una vida completamente segura, que tú puedas controlar, te perderás muchos milagros y aventuras de fe. La única forma de caminar sobre las aguas es correr el riesgo y bajarse del bote.

Señor, confieso mi aversión al riesgo y mi amor por la seguridad y el confort. Lléname de amor por los que aún no conocen tu nombre; un amor tan profundo que se manifieste en coraje y en fe. Un amor que me movilice a correr riesgos para el avance de tu causa.

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