
Por sus frutos los conocerán
«Todo árbol se conoce por su fruto, ya que no se cosechan higos de los espinos ni de las zarzas se vendimian uvas» (Lucas 6: 43-44).
Los higos y las uvas eran sin duda los frutos más frecuentes y apreciados del entorno de Jesús, porque además de ser deliciosos para ser consumidos frescos, se conservan muy bien en su forma desecada, como frutos secos, casi todo el año.
Los árboles o plantas que los producen son perfectamente reconocibles, incluso para el profano, cuando tienen frutos. Pero como son especies de hoja caduca, cuando pierden las hojas son menos fáciles de identificar si están cubiertos de ciertas enredaderas y zarzales que se suelen aferrar a ellos y que pueden confundir al que está poco familiarizado con esas plantas. Durante la poda en invierno, lejos de la temporada de los frutos, había que tener mucho cuidado para no cortar sarmientos y ramas buenos con las ramas de las plantas parásitas, que tendían a prosperar a costa de los cuidados destinados, en realidad, a las vides e higueras.
Aunque Jesús se refiere, en primer lugar, a la necesidad de desenmascarar a los presuntos portavoces de Dios (cf. Mat. 7: 16-20), esta declaración es cierta también a otros niveles. Los frutos son las consecuencias prácticas de la realidad profunda de cada uno, las manifestaciones concretas de lo que somos. Como las mencionadas enredaderas, hay quienes intentan engañar y «enredar» a los ignorantes, pero los frutos (o la ausencia de ellos) delatarán finalmente la verdadera realidad de cada uno.
La zona de la costa española donde vivo actualmente (Valencia) es conocida por sus naranjas; Murcia es famosa por sus limones; Andalucía, por sus olivos; y el valle del Jerte, por sus cerezas. «Por sus frutos los conocerán…» (Mat. 7: 16, RVA15). A nuestros vecinos también los conocemos por sus frutos: el vecino A-1 nos acaba de regalar un cajón entero de albaricoques biológicos; el A-2 nos proporciona calabazas a lo largo de todo el año; el B cultiva mandarinas y el C ha plantado todo su terreno de aguacates. Asimismo, hasta por la fruta que prefieren se distinguen nuestros hijos: al mayor le gustan los plátanos; la hija prefiere las peras; y el pequeño, las manzanas.
Señor, sé que sin darme cuenta mis frutos también me delatan. Deseo hoy mantenerme unido a ti de tal modo que te conozcan por mis frutos.