
Este es mi cuerpo
«Mientras comían, Jesús tomó el pan y lo bendijo; luego lo partió y se lo dio, al tiempo que decía: “Tomen, esto es mi cuerpo”. Después tomó la copa, y luego de dar gracias, se la dio, y todos bebieron de ella. Les dijo entonces: “Esto es mi sangre del pacto, que por muchos es derramada”» (Marcos 14: 22-24, RVC).
Cuando vivíamos en la Alta Saboya tuvimos el privilegio de compartir nuestra fe y de estudiar la Biblia con un distinguido caballero que ostentaba un cargo muy importante en la Federación Internacional de Motociclismo, cuya sede estaba relativamente cerca de nuestra casa. Hombre inteligente, culto, criado en una familia importante de la sociedad catalana, de un trato exquisito, pronto se ganó la admiración y el aprecio de toda nuestra familia.
Un día manifestó su interés por acompañarnos a la iglesia. Ese sábado había Santa Cena. Nuestro visitante asistió respetuosamente al servicio, prestando suma atención a todos los detalles.
Cuando regresábamos a casa me preguntó por qué nosotros no creíamos en una presencia real y física de Cristo en el pan y el vino, como le habían enseñado a él en su formación tradicional católica. Porque, si había entendido bien —y lo había entendido perfectamente—, para nosotros el pan y el vino eran símbolos, pero solo símbolos, de nuestro deseo de acoger la presencia de Cristo en nuestro ser interior, es decir, en nuestra vida.
Conociendo bien la teología de la transustanciación, le pregunté, con todo el respeto del mundo, hasta qué momento de la digestión la presencia de Cristo tendría que seguir siendo real y física. Nuestro amigo me detuvo enérgicamente: «Lo comprendo muy bien».
No hablamos más sobre el tema, pero un par de días más tarde, nuestro nuevo amigo me llamó por teléfono y me dijo lo siguiente: «He comentado con un antiguo camarada de infancia, que ahora es el obispo de X, la manera de ustedes de entender la comunión y la Santa Cena y me ha dicho que tienen razón. La presencia de Cristo es real, pero en el sentido espiritual».
Como Jesús estaba presente en medio de sus discípulos, es evidente que sus palabras había que entenderlas en sentido figurado. Pero detrás de ese símbolo había una profunda realidad. Cristo deseaba conseguir una comunión real entre él y los suyos, cada vez que recordasen su sacrificio en nuestro favor.
Para seguir creciendo espiritualmente, Señor, necesito alimentarme de ti.