
Paz plena
«La paz les dejo, mi paz les doy. No como el mundo la da yo se la doy a ustedes. No se turbe su corazón ni tenga miedo» (Juan 14: 27, RVA15).
El famoso rabino estadounidense Joshua Loth Liebman (1907-1948) cuenta que, siendo adolescente, se le ocurrió hacer una lista de todas las «cosas buenas» de la vida de las que deseaba disfrutar. La lista estaba encabezada por estas siete fuentes indiscutiblemente deseables para la felicidad humana, con las que una gran mayoría estaría de acuerdo: salud, amor, belleza, talento, poder, riquezas y fama.
Con esta lista en mano el joven fue a su director espiritual, esperando impresionarlo con su precoz sabiduría:
—Si tuviera todo esto me consideraría más que satisfecho. Bueno, me sentiría como un dios.
Su mentor tomó la lista en sus manos y, mientras la recorría, una sonrisa se iba dibujando en su mirada:
—Excelente lista. Bien pensada, organizada de manera bastante sensata. Pero me parece, querido joven, que te has dejado el elemento principal. Sin ese elemento es imposible disfrutar de los demás.
—Y ¿cuál es el elemento que falta? —preguntó el joven, perplejo, a lo que el preceptor respondió:
—Esta es una lista muy común. Algo puedes hacer para favorecerte la salud. Pero el talento y la belleza solo son concedidos a algunos. La riqueza, el poder y la fama son bienes que la mayoría busca, pero que solo unos pocos alcanzan. El tesoro mayor del mundo es la paz interior.
La vida pronto le convenció a Liebman de la importancia de la paz espiritual. Sobre ese tema escribió el primer gran best seller de autoayuda, Peace of Mind (1946), una enriquecedora fuente de paz y serenidad para sus miles de lectores.
La paz que Cristo nos da, la paz que quiere darnos, es una serenidad todavía más profunda que la mera paz mental, la cual depende de nuestra armonía con nosotros mismos. Es una paz espiritual que depende de nuestra paz con Dios.
Jesús nos advierte que el mundo no la puede dar porque corre tras las mismas «cosas buenas», o muy parecidas, que anhelaba el joven Liebman. Por eso los corazones de tantos de nuestros contemporáneos, como los de los discípulos a quienes Jesús dirigió estas palabras, están turbados y dolidos de frustración.
Hoy la verdadera paz interior es casi un lujo. Nuestras sociedades tecnificadas nos empujan a un estilo de vida tan agitado que apenas tomamos tiempo para pensar en cultivar nuestro carácter. Necesitamos la paz que Cristo nos ofrece. La paz que Cristo nos da al refugiarnos en él.
Gracias, Señor, por darme hoy tu paz.