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«Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda» (Mateo 5: 23-24).
Jesús utiliza aquí un ejemplo fácilmente comprensible por el auditorio judío al que se dirigía en primer lugar. Supone el caso de alguien que acude al templo con la intención de entregar un don (el término griego doron es muy general y puede referirse tanto a una ofrenda como a un sacrificio o a un diezmo). Una vez allí, impresionado por la santidad de la presencia divina, toma conciencia de que no puede entrar en comunión plena con Dios si no es capaz de dar un paso para llevarse mejor con su prójimo.
Es interesante que este hombre religioso, cumplidor de sus deberes para con Dios, sensible en sus relaciones humanas, no es movido por la conciencia de su resquemor contra su hermano, porque no se dice que tenga nada personal contra él. Se ha dado cuenta de que alguien tiene algo contra él y desea hacer las paces. Lo más frecuente en este caso es sentirse dolido por la ofensa, e incluso planear la venganza. Pero Jesús le invita a que se detenga a pensar por qué su hermano ya no lo trata como antes (es tan difícil a veces saber «quién empezó»), a que se atreva a dar él el primer paso y se pregunte:
«¿Lo habré ofendido sin querer? ¿Por qué no me habla como antes? ¿Por qué nuestra relación no es todo lo franca y fraternal que yo quisiera?».
Si nos hemos sentido así en alguna ocasión, Jesús nos marca la pauta de lo que desea que hagamos todos, movidos por el deseo de la reconciliación, aun en el caso en que en nada hayamos contribuido a la eventual ruptura con nuestro hermano. Jesús entiende que no podemos pretender entrar en comunión plena con Dios (no importa lo preciosa que sea nuestra oración o lo valiosa que sea nuestra ofrenda) si no estamos dispuestos a hacer lo necesario para reconciliarnos con nuestro prójimo.
Pablo lo comprendió muy bien. Dios nos ha confiado, a través de Jesús, un ministerio de reconciliación (ver 2 Cor. 5:
17-20). El verbo griego katalasso significa restaurar una relación rota. Ser cristianos consiste en asumir responsablemente nuestro deber de reconciliación.
Señor, sé que la reconciliación es una gracia que necesito aprender a dar y a recibir. Reconcíliame hoy contigo, conmigo mismo y hasta con el prójimo al que menos quiero.