
Regeneración
«Yo he venido para que tengan vida…» (Juan 10: 10).
Hoy por fin me han quitado los puntos de una herida bastante fea que me hice en la pierna hace tres semanas. Es asombroso cómo las células de mi cuerpo, ya no tan joven como me gustaría, todavía permanecen activas a las órdenes de su ADN, o de como se llame el lugar de donde proceden esos misteriosos mecanismos que llevan a la reconstrucción de los tejidos dañados.
En ese y en muchos otros aspectos, el cuerpo humano es para mí una interminable fuente de motivos de admiración. Pienso en el prodigioso funcionamiento del sistema nervioso, la maravillosa estructura de los huesos o el dinámico equilibrio de los músculos. Nuestro organismo es un incuestionable prodigio de diseño inteligente.
El constante milagro de la regeneración de las células me impacta, y personalmente me dice, a su manera, que estamos hechos para vivir.36
En biología, se llama «regeneración» al proceso por el que, de manera natural y espontánea, el cuerpo recupera las estructuras y las funciones de los órganos o partes del cuerpo dañados. El proceso de regeneración es pues la capacidad que tienen en común prácticamente la mayoría de seres vivos para regenerar, unos más y otros menos, estructuras faltantes. La regeneración puede darse en las células, en ciertos tejidos, órganos o estructuras e incluso extremidades, como se puede observar en las salamandras, los cangrejos o las estrellas de mar.
Es interesante que, para la plena regeneración de algunos miembros dañados, se pida al paciente que haga ejercicios de rehabilitación. Es decir, que para que esos mecanismos «divinos» funcionen plenamente, los afectados tenemos que hacer también nuestra parte. Un amigo fisioterapeuta me decía que la «diferencia entre una recuperación buena y otra excelente es un poco más de esfuerzo».
En mi ministerio, y en mi experiencia personal, he constatado innumerables veces que, si este proceso de regeneración es efectivo a nivel físico, lo es todavía más a nivel moral y espiritual. Soy testigo de vidas echadas a perder recuperadas por el poder increíble de Dios a través de vivencias espirituales que convirtieron a seres aparentemente perdidos para la sociedad en seres nuevos.
Teniendo todo esto en mente, hoy deseo hacer mía una oración que escuché de labios de uno de mis estudiantes más milagrosamente recuperados: «Señor, tú que me conoces bien por dentro y por fuera, quítame lo que me sobra y dame lo que me falta para crecer en ti».