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«Había en Capernaúm un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo. Cuando oyó aquel que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a él y le rogó que descendiera y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir. […] El oficial del rey le dijo: «Señor, desciende antes que mi hijo muera». Jesús le dijo: «Vete, tu hijo vive». El hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirlo, y le informaron diciendo: «Tu hijo vive»» (Juan 4: 46-51).
Después de mostrar en Caná que el centro de la misión de Jesús era salir al encuentro de nuestras necesidades para llenar nuestras vidas de gozo, el Evangelio de Juan registra una serie de intervenciones del Maestro encaminadas a sacarnos de los problemas que nos abruman para darnos vida abundante. Así, comienza su andadura restableciendo la salud de un moribundo (ver Juan 4: 46-54) y la completa devolviendo la vida a un muerto (11: 1-54). Entre estos dos episodios se sitúa además la curación de un paralítico crónico (5: 1-18) y la de un ciego de nacimiento (9: 1-41), dos casos bien representativos de la situación en la que la mayoría de los seres humanos nos debatimos antes de encontrarnos con el Dador de la vida.
A menudo, como en este relato, entre el que sufre y Jesús hay una evidente distancia. Muchos sufren, además de por sus diversos males, alejados del consuelo de la presencia de Cristo. Por suerte existen padres como este funcionario, existen madres, hermanos, hijos, cuidadores, enfermeros, médicos, psicólogos, pastores, maestros o amigos que actúan de mediadores entre los necesitados y la Fuente de la vida. A través de ellos, como a través de Jesús, Dios también actúa hoy, con tanta eficacia como si estuviera físicamente a nuestro lado.
Nosotros, como ese padre amante, también estamos llamados a ser, en algún momento, esos intermediarios que llevan a quienes amamos una palabra sanadora de parte de Dios. Todos estamos invitados a actuar como modestos «ángeles de la guarda», velando por los que necesitan amor, sanidad y salvación.
Gracias a Dios, todavía hay en nuestro mundo muchos humildes canales de la gracia que bendicen a otros cada día, de forma regular o puntual, cuidando a su nivel a los dolientes. Como en Capernaúm, Jesús atiende a todos esos mensajeros de amor, que le representan a menudo desde el anonimato, discretos, sencillos, ocupados, sin saberlo, en preciosas acciones de dedicación y servicio.
Señor, úsame hoy como un mediador de sanidad, y abre mis ojos para poder ver con amor a quienes se desviven por hacernos el bien.