
Nada más que aplausos y un beso
“Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en el favor de Dios y de toda la gente” (Lucas 2:52).
Te contaré la vida de un hombre cuyo nombre es conocido en todo el mundo, en la actualidad. Veremos si logras reconocerlo. Cuando era muy pequeño, su padre reconoció en su hijo el talento extraordinario de la música y, desde los seis años, lo puso a trabajar dando conciertos con el clavicordio. Al cumplir los siete años, el niño ya componía piezas para clavicordio, órgano y violín, y él mismo ejecutaba tales instrumentos. A los ocho años, ya había recorrido Europa y tocado para la emperatriz María Teresa de Viena, quien le dio un beso. También había tocado para los reyes británicos, en Londres. A los catorce años, fue elegido miembro de la Academia Filarmónica de Bolonia, a pesar de que no aceptaban a menores de veinte años. ¿Sabes de quién hablo? Si tienes una carrera musical, seguramente habrás adivinado que se trata de Wolfgang Amadeus Mozart.
Muchas madres, al descubrir en sus hijos las capacidades natas de hacer las cosas, buscan, como el padre de Mozart, explotar el talento de sus hijos. Los muestran al mundo y los llenan de actividades, haciéndoles perder sus valiosos años de infancia. Los privan del aire libre, los someten a largas horas de estudio y entrenamiento; todo para satisfacer los ideales de los padres. Otros padres ven que los hijos ajenos son más capaces en ciertas áreas, y hacen lo imposible para que sus hijos estén al nivel de otros niños. Tal actitud no es saludable. Terminaré de contar la historia.
A pesar de la gloria de sus composiciones y talento, aquel niño hecho hombre no tuvo nunca un empleo musical acorde con su talento. Siempre vivió en la escasez de recursos. Murió siendo pobre, a causa de una enfermedad aún no aclarada, a los 35 años. Es verdad que hoy su nombre y su música son fuentes de inspiración, no obstante, podemos afirmar que aquel no es el estilo de vida que Dios quiere para sus hijos. A Mozart no le hicieron falta aplausos, le hizo falta una preparación para la eternidad.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, los niños deben ser inducidos a crecer en gracia delante de Dios y no solo delante de los hombres. Tus hijos no necesitan aplausos o besos de reyes, necesitan estar listos para habitar la patria celestial.