Con la confianza del agricultor
“El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero” (2 Timoteo 2:6).
El labrador es aquel que camina mirando la tierra pero con el corazón puesto en el cielo. Hace lo máximo y lo mejor, conoce los tiempos, cerca el campo, desmaleza, ara la tierra, siembra, cultiva, riega, poda y combate las plagas. Aun así, espera lo máximo del Señor: la lluvia a tiempo y la germinación. En plena confianza y sociedad con Dios, levanta la cosecha. Lo mimos ocurre con el discipulado. Es una verdadera aventura de fe y confianza en aquel que no nos mira como somos sino como llegaremos a ser, transformados por su gracia.
Dios no hace milagros donde estableció los recursos para realizar su obra. Él coopera con nosotros cuando usamos los talentos y el tiempo que nos ha dado al servicio de su causa.
“Si el agricultor deja de arar y sembrar, Dios no obrará un milagro para contrarrestar las consecuencias de su descuido. El tiempo de la cosecha halla a su campo sin fruto: no hay gavillas que recoger, no hay grano que almacenar. Dios suministró la semilla, el suelo, el Sol y la lluvia; y si el agricultor hubiese empleado los medios que estaban a su alcance, habría recibido según su siembra y trabajo” (Elena de White, La educación cristiana, p. 223).
El verbo “trabajar”, usado en nuestro versículo de hoy por Pablo, en su original significa “trabajar hasta el agotamiento”. En la antigüedad, los labradores trabajaban arduamente, muchas horas diarias de trabajo bajo toda situación climática, ya sea sobrellevando frío, calor, vientos, tormentas. Y todo lo hacen pensando que ese esfuerzo será recompensado en la cosecha. Lo que renueva las fuerzas y alivia el desgaste es la esperanza en la cosecha.
En un camporí, un grupo de Conquistadores le preguntaron lo siguiente a un pastor: “Si usted fuera Dios, ¿haría algo diferente?” El pastor pensó que la pregunta venía con alguna trampa, y demoró en contestar. Finalmente, dijo que sí. Entonces, los chicos argumentaron: “¿Quiere decir que usted haría las cosas mejor que Dios?”
No podemos mejorar lo que Dios ha hecho. Él dispone de todo para salvarnos; pero necesita agricultores que lleven la semilla, realicen la siembra y levanten la cosecha.
“¿Apreciáis tan profundamente el sacrificio hecho en el Calvario que estáis dispuestos a subordinar todo otro interés a la obra de salvar almas? El mismo intenso anhelo de salvar a los pecadores que señaló la vida del Salvador se nota en la de su verdadero discípulo” (Elena de White, Maranata: El Señor viene, p. 99).