La bondad de Dios – II
“Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte” (Apoc. 1:17, 18, RVR 95).
La vida y la muerte, aunque aparentemente antagónicas, se unen para dar sentido a la existencia humana. Quien sabe vivir recibirá la muerte sin miedo ni angustia, con la convicción de la misión cumplida y la tranquilidad de quien sabe que el porvenir no se acaba en la oscuridad de una fosa ni en el silencio lóbrego de un cementerio.
La promesa de Dios es: “No tengas miedo; yo soy el primero y el último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre. Yo tengo las llaves del reino de la muerte” (Apoc. 1:17, 18). Esto significa que nos espera un destino glorioso que Jesús nos otorgó cuando pagó el precio de la muerte eterna al entregar su vida en la cruz. Esta promesa es para cada una de nosotras.
Vivamos con sabiduría en el temor de Dios, reconociendo que cada día vivido nos acerca al sueño de la muerte, y con él, al día de gozo eterno junto a nuestro Padre y Señor. Qué reconfortante es saber que “el Señor destruirá para siempre la muerte, secará las lágrimas de los ojos de todos” (Isa. 25:8).
El primer llanto de mi nieta al nacer fue su grito de lucha al enfrentar por primera vez los imperativos de la vida en esta tierra. Desde ese momento, con los valores que sus padres le inculcarán y con la bendición de Dios, tendrá que salvar obstáculos para no desperdiciar las oportunidades que ella misma irá creando con trabajo, dedicación, esfuerzo, tenacidad y, sobre todo, con una búsqueda incansable de la voluntad de Dios.
El último suspiro de mi madre, sereno y apacible, fue su mensaje para todos los que la conocimos y la amamos: un símbolo de la misión cumplida. Su último aliento fue su canto de triunfo, no un lamento de derrota.
La vida y la muerte, las lágrimas y las risas, la luz y la oscuridad, el comienzo y el final son pinceladas que cada ser humano pone en el lienzo de su existencia. Y finalmente, cuando el cuadro esté concluido, pondremos frente a los ojos del Artista supremo la obra terminada para recibir el veredicto final. La muerte no es la mayor pérdida; la mayor pérdida es sentirnos muertas estando vivas.