¿Saldrá esto en el examen?
“El Señor puso su mano sobre mí, y me hizo salir lleno de su poder, y me colocó en un valle que estaba lleno de huesos” (Eze. 37:1).
El último año de secundaria, la clase en la que me fue mejor eran anatomía, impartida por el incomparable señor Lee.
El Sr. Lee nunca levantaba la voz ni contaba chistes, pero a mis compañeros y a mí nos caía fenomenal. Tenía una facilidad increíble para que la anatomía fuera fascinante y divertida. Aprendimos que cada agujero y protuberancia de nuestro cráneo tiene su propio nombre, como la protuberancia occipital interna (donde las cuatro partes principales de la parte superior del cráneo se fusionan) y el agujero occipital (la ranura por donde entra la médula espinal). Aprendí que, a la hora de realizar una disección, no hay nada como escoger a un compañero de laboratorio inteligente, pero con buen pulso (gracias, Sean).
En una ocasión en la que el Sr. Lee anunció un examen sobre el esqueleto, sabíamos que no debíamos preocuparnos. Nos fuimos a estudiar a la biblioteca, donde memorizamos los nombres de los huesos desde el cráneo hasta las falanges. ¿Húmero? Me lo sé. ¿Fémur? Me lo sé. ¿Vértebra torácica? Me lo sé. Solo teníamos que recordar cuál estaba conectado con cuál. El hueso de la cadera está conectado al de la pierna (también conocido como fémur). El hueso de la pierna está conectado al de la rodilla (también conocido como rótula). Tan fácil como un rompecabezas.
Entramos al aula confiados, listos para la ronda de preguntas. Pero las sonrisas con las que llegamos ese día desaparecieron. Algo no salió como esperábamos. Había huesos esparcidos en varios lugares del salón, despojados no solo de músculos y piel, sino de contexto. No era la actividad para la que nos habíamos preparado. ¡Parecía más la escena de un crimen! Cuando terminó la prueba, todos sabíamos que nos había ido mal (bueno, excepto Sean).
Cuando nos entregaron las notas, descubrimos que el Sr. Lee había ignorado el puntaje más alto y le había dado un diez al segundo. Gracias a ese ajuste, pude pasar el examen y la materia. Hoy Sean es enfermero, y yo, bueno, me casé con una neuróloga.
Por mucho que nos preparemos para el día del juicio final, no sabemos ni la mitad. La única forma en que pasaremos la prueba es a través de la gracia de Dios, con el puntaje perfecto de Jesús, que sustituye nuestros infructuosos intentos de aprobarlo por nuestra propia cuenta.