¿Lanzadas al mundo?
“Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque él se interesa por ustedes” (1 Ped. 5:7).
Hay quien sostiene que los seres humanos no tenemos esencia; que simplemente hemos sido “lanzados” a este mundo, en el que cada quien asume por su propia cuenta la responsabilidad de llegar a ser lo que desee ser. Esta postura filosófica existencialista me causa incertidumbre, así como muchas dudas acerca de mi capacidad para “llegar a ser persona”. Es verdaderamente alentador y reconfortante ver la perspectiva cristiana de la existencia del ser humano. Cuando abrimos la Palabra de Dios, encontramos con absoluta claridad la razón de la vida y los propósitos para los que fuimos creadas; es a la luz de ese texto sagrado que todo lo que hacemos y somos cobra sentido.
Nuestra esencia fue definida en el cielo al momento de la creación; no podemos andar dando tumbos por la vida dudando de quiénes somos. Dios declaró: “ ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’ […] varón y hembra los creó” (Gén. 1:26, 27, RVR 95). Bajo esta declaración, nos empoderamos y sabemos que contamos con la provisión de Dios a cada paso que damos, porque él tiene cuidado de nosotros (ver 1 Ped. 5:7).
Querida amiga que lees estas líneas, ni tú ni yo somos náufragas solitarias en el vasto mar de la existencia. Somos hechura de Dios, creadas tomando como referencia un modelo perfecto, que es Dios mismo. Sí, es cierto, esa perfección original se ha erosionado por causa del pecado y del paso de los siglos tras el pecado, pero será restaurada en nosotros cuando Cristo venga. Cuando alguien o algo te haga dudar de quién eres, escucha a Dios diciéndote: “Ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa” (1 Ped. 2:9). Este es tu capital para alcanzar tus propósitos de acuerdo a su voluntad.
Si no olvidas tu origen y no pierdes de vista el propósito con el que fuiste creada, no tendrás dudas para llegar a tu destino final, que es el reino de Dios. Aprópiate de tu potencial, pues “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7, RVR 95).