Cuidado con las arterias
“Por eso, como dice el Espíritu Santo: ‘Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones’ ” (Hebreos 3:7, 8).
Los vasos sanguíneos llevan oxígeno y los nutrientes del corazón al resto del cuerpo mediante las arterias. Así, cuando estas se vuelven gruesas y rígidas, pueden restringir el flujo de sangre hacia los órganos y los tejidos. Las arterias sanas son flexibles y elásticas, pero cuando se endurecen por acumulación de grasas, colesterol y otras sustancias ponen en peligro la salud.
Endurecer el corazón espiritual es una resistencia obsesiva y persistente de oponerse y rebelarse a la voluntad de Dios. Es ser insensible, indiferente, rígido o firme en una postura personal. Uno de los ejemplos más contundentes para ilustrar esto es la actitud del Faraón, frente al pedido de liberar al pueblo de Dios. Cada manifestación del poder de Dios, lejos de sensibilizarlo, endurecía más su corazón y lo alejaba de las bendiciones de Dios. No fue Dios el que endureció el corazón del Faraón. Fue su decisión y su rechazo al llamado de Dios.
En estos versículos, Pablo hace referencia al Salmo 95 y destaca tres conceptos:
1-Oír la voz de Dios que nos llama hoy. Ser obediente es la respuesta al llamamiento divino. Esta respuesta tiene que ser inmediata. Es hoy, ahora, cuando Dios pronuncia su invitación. Dejar la respuesta para después o responder con desobediencia significa endurecer el corazón.
2-No endurezcan su corazón. Cada oportunidad rechazada o desperdiciada son más placas de “colesterol” que acumulamos en nuestras arterias espirituales. Lo que endurece el corazón no son las emociones ni sus sentimientos. Es la voluntad. Endurecer el corazón significa no usar las capacidades racionales. Es tornarse inamovible e insensible a las razones más evidentes.
3-No entrar en el reposo divino. Los israelitas endurecidos y desobedientes no entraron en la Tierra Prometida. El corazón duro, sin fuerza de voluntad e inestable, es rebelde para obedecer a Dios y no está en condiciones de entrar en el cielo.
Un corazón se endurece cuando reiteradamente decimos “no” a la voluntad de Dios, cuando dejamos para mañana nuestra decisión, cuando somos indiferentes a las necesidades del prójimo, cuando desestimamos las advertencias, cuando alimentamos la incredulidad, cuando practicamos el pecado, cuando rechazamos al Espíritu. “El cemento fija el ladrillo en la pared y el pecado endurece el corazón del hombre. El único remedio es el amor de Cristo, que cargó la Cruz para salvarnos” (H. Girodo).
¡Cuidado con las arterias espirituales! No sea que de tanto rechazar la luz nos quedemos a oscuras.