Madurando
“El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14).
Una fruta madura es aquella que ha alcanzado un desarrollo completo. Así, una persona biológicamente madura es la que ha completado el proceso natural de crecimiento y desarrollo.
Algunos se refieren a la edad madura como la etapa ubicada entre la juventud y la vejez. Una persona emocionalmente madura desde lo emocional actúa con equilibrio, buen juicio, sensatez, estabilidad y sabiduría, un estado que no se alcanza necesariamente con la edad. Todos los organismos vivos alcanzan la madurez designada por Dios, a menos que el proceso de crecimiento sea interrumpido por circunstancias variadas y la vida sea alterada o destruida.
Al comentar Hebreos 5, la Biblia de Estudio Almeida menciona que una manera de evaluar nuestra madurez es mirar hacia las decisiones que tomamos. Crecemos en madurez cuando compartimos conocimiento y experiencia con otros en lugar de apenas recibir, cuando estamos más dispuestos a hacer autoevaluación que autocrítica, cuando priorizamos la unidad antes que promover la desunión, cuando preferimos desafíos espirituales antes que entretenimientos, cuando nos detenemos para hacer una observación y un estudio cuidadoso y profundo antes que una opinión superficial.
Crecemos en madurez cuando fortalecemos la confianza en Dios y disminuimos el miedo; cuando nuestros sentimiento, experiencia y conducta son evaluados a la luz de la Palabra de Dios en lugar de evaluar nuestra experiencia a la luz de nuestros sentimientos.
Todos venimos al mundo como bebés, y todos son hermosos. Sin embargo, más allá de la alegría que un niño nos traiga, y por agradable y tierno que sea tener un bebé en brazos, el sueño de todos los padres es verlo crecer y desarrollarse. Su alimentación de bebé tiene que ser reemplazada por una alimentación más fuerte. Pablo nos habla de una alimentación sólida. Se trata de todo el contenido de la Escritura, que nos nutre de manera adecuada y nos prepara para el testimonio. Se requiere disciplina y ejercicio espiritual guiados y conducidos por el Espíritu Santo.
Elena de White nos dice que “una madurez noble y bien encuadrada no viene por casualidad” (Conducción del niño, p. 39).
Maduremos día a día y llevemos muchos frutos para el Señor.