Agua de vida – parte 3
“Jesús le dijo: ‘Ese soy yo, el mismo que habla contigo’ ” (Juan 4:26).
Cuando ella vio por primera vez al judío descansando junto al pozo, se sintió molesta y hasta asustada. Los hombres judíos miraban con desprecio a las mujeres samaritanas. Este hombre, en cambio, le hizo el ofrecimiento maravilloso de darle agua que fluiría para siempre; pero luego le dio a la conversación un giro de ciento ochenta grados, al pedirle que fuera a buscar a su marido.
–No tengo marido –le contestó ella frunciendo el ceño.
–Es cierto lo que has dicho de que no tienes marido –le dijo amablemente el hombre asintiendo con la cabeza– porque has tenido cinco maridos, pero no estás casada con el hombre con el que estás viviendo ahora.
Eso era demasiado; llegar a lo más íntimo de su vida. La mejor táctica defensiva es contar con una buena ofensiva, así que le dijo: “Señor, ya veo que eres un profeta”. Como a todos los hombres judíos les gustaba discutir, ella creyó conveniente cambiar de tema, ansiosa por desviar la atención de sí misma. Luego, presumió de su herencia, comentando que los samaritanos adoraban en un lugar cercano de la montaña, pero que los judíos decían que solo se podía adorar en Jerusalén.
En lugar de decirle que los samaritanos estaban equivocados, el hombre le explicó que llegaría el día en que los verdaderos adoradores adorarían a Dios en espíritu y en verdad. Si ya era extraño lo que decía, aún más extraño era que le hablara a ella, una mujer, de temas espirituales. Los judíos de hace dos mil años decían que enseñarle religión a una mujer era tan malo como enseñarle a ser inmoral. Toda la situación era muy extraña. Muy rara, en verdad. Luego, en un tono confiado y con el corazón palpitante, dijo:
–Yo sé que va a venir el Mesías, y cuando él venga, nos lo explicará todo.
El hombre desconocido vio su hambre y su anhelo. Hambre de aceptación, de perdón, de amor; y anhelo por la verdad. Así que amorosamente le confió:
–Ese soy yo, el mismo que habla contigo.
En ese momento, la mujer sintió la plena seguridad de que aquel extraño era verdaderamente el Mesías. Sentía que él había mirado dentro de su corazón. Él sabía todo lo que ella había hecho, cada promesa que había roto, cada dolor que había sufrido; pero a pesar de todo, la amaba y la perdonaba. Estaba segura de que él era el Salvador prometido.
Continuará…
PW