Cuatro dólares y algo más
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
En mi casa nunca hubo dinero para regalos muy costosos ni para lujos en ningún momento del año, pero cuando llegaba la época de la Navidad, recuerdo que siempre aunque sea un regalito pequeño recibíamos.
Esa vez acabábamos de llegar a los Estados Unidos. La adaptación nos estaba costando, el inglés también, el frío también. Y aunque se acercaba nuestra primera Navidad con nieve, igual que en las películas, extrañábamos el calor abrasante de Uruguay.
Como nuestros ingresos eran muy escasos, ese año fuimos a la tienda donde se vendía todo por un dólar, cada uno recibió cuatro dólares y, con cada dólar, compraríamos algo para cada integrante de la familia. Así, cada uno recibiría cuatro regalitos bien baratos, pero con la consigna de que fueran cosas útiles que estuvieran necesitando en el momento.
El desafío nos pareció interesante y novedoso, y esa Nochebuena, con mucho amor, nos entregamos algunas tijeras, cuadernos, manteca de cacao y otras pequeñeces más. Fue un momento único y memorable. Significaba muchas cosas y nos hizo sentir muy agradecidos a Dios por acompañarnos en esa nueva aventura. Con mi hermana, contentas con nuestros obsequios, no esperábamos nada más. Pero nuestros padres habían hecho un sacrificio adicional y nos habían comprado una tarjeta Red Washington a cada una. Con esas tarjetas podíamos llamar de forma prepaga a nuestros amigos en Uruguay. Cada una había costado diez dólares, y sabíamos que era un regalo demasiado “lujoso” para nuestra situación. Pero por amor lo habían hecho y nos habían regalado comunicación con nuestros seres más queridos.
En el momento no lo pensé, pero al reflexionar en esa anécdota años después, pienso que nuestro Padre celestial también hizo un esfuerzo adicional para regalarnos comunicación. No fue por medio de una tarjeta, sino de su Hijo, el acceso directo a él.
Más allá de que esta fecha coincida o no con la fecha real del nacimiento de Jesús, tenemos la hermosa oportunidad de reflexionar estos días en ese sacrificio inmenso que restableció la comunicación del cielo con la Tierra. De eso se trata, todos los días del año.
No hay temperatura, ni país, ni idioma ni situación económica que impida esa comunicación que Dios en su inmenso amor nos obsequió. Donde sea y como sea que estés ahora, agradécele por ese regalo: Emmanuel, Dios con nosotros.