La resurrección
“¿Y habré de librarlos del poder del sepulcro? ¿Habré de rescatarlos de la muerte?” (Ose. 13:14).
Lynn, una amiga de mi madre, acaba de morir. Siendo sobreviviente de cáncer, su fallecimiento repentino nos tomó a todos por sorpresa. Su ausencia causa un profundo dolor y evoca pérdidas anteriores. No podemos evitar pensar que esto no debía suceder.
La primera mentira jamás contada salió por la boca de la serpiente: “No es cierto. No morirán” (Gén. 3:4). La curiosidad dominó sobre la razón y el buen juicio, y Eva mordió la fruta. Desde entonces, toda criatura debe experimentar el aguijón de la muerte.
Pienso en algunos amados que me ha tocado despedir; como Fred y Metta, que descansaron después de toda una vida de generosidad y fe. Otros, como Wayne, Vic y Lynn, cuyas vidas se vieron interrumpidas a tan corta edad. La de unos pocos, como Ian y Ashley, terminó cuando apenas comenzaba. Mientras otros, como Kitty y mi abuelo, se hundieron en la marea del Alzheimer tiempo antes de exhalar su último suspiro.
María y Marta, con el dolor fresco por la inesperada muerte de su hermano Lázaro, se refugiaban en la esperanza de la resurrección, pero sufrían por un duelo que les parecía sin sentido. Por eso, al ver a Jesús le reclamaron: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (ver Juan 11:21, 32).
Entonces ocurrió lo que registra el pasaje favorito de todo niño que alguna vez tuvo que aprender un versículo de memoria: “Jesús lloró” (vers. 35). Aquel que vino a traer la vida eterna sintió la tristeza de sus amigos y compartió su dolor.
Años después, el exiliado apóstol Juan tuvo una visión del maravilloso hogar que Dios está preparando para todos los creyentes. “Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apoc. 21:4).
La segunda venida de Jesús puede estar muy cercana, pero a los que esperamos con ansias la reunión prometida con los seres amados que han ido a descansar, puede parecernos muy lejana. Creo que por eso me gusta visitar los cementerios. La paz y el silencio me ayudan a anticipar el gozo del reencuentro, lo cual calma y reconforta mi alma.
CR