Las repercusiones
“La visión de las tardes y las mañanas te ha sido revelada, y es verdadera; pero tú mantenla en secreto, pues se cumplirá cuando haya pasado mucho tiempo” (Dan. 8:26).
El día que Elena Harmon y su familia esperaban que Jesús regresara (22 de octubre de 1844), el famoso actor que se hacía llamar “general Tom Thumb”, de apenas 64 centímetros de altura, se presentó en su ciudad con entradas que apenas costaban 12 centavos de dólar. El legendario Phineas T. Barnum había entrenado al niño, de siete años, para cantar, bailar e imitar a personas famosas. En un mundo sin televisión ni radio, esta clase de espectáculos eran opciones de entretenimiento muy concurridas.
Mientras el famoso enano saltaba y corría por el escenario, Jesús no apareció. Los milleritas cayeron desde la nube en la que estaban hasta el fondo del mar. Elena de White contó más tarde: “Era difícil retomar las angustiosas preocupaciones de la vida que pensábamos que se acabarían para siempre. El chasco que experimentó el pequeño rebaño, cuya fe había sido tan fuerte y cuya esperanza había sido tan elevada, fue tremendo. Pero nos sorprendió que nos sintiéramos tan libres en el Señor, y que su fortaleza y su gracia nos sostuvieran como lo hicieron”.
A los milleritas les costaba entender el vuelco que había dado su mundo, ese mismo mundo del cual pensaban que saldrían. Las profecías eran claras. ¿Tenían que esperar un poco más? ¿Habían sido engañados? ¿Qué estaba pasando realmente?
Algunos dijeron que Jesús sí había venido, solo que espiritualmente. Como describe el historiador George Knight, algunos se volvieron como locos.
“Otros afirmaron no tener pecado; otros se negaron a trabajar, argumentando que estaban en el sábado milenario. Otros, siguiendo el mandato bíblico de que debemos ser como niños, desecharon usar tenedores y cuchillos y comenzaron a gatear” (A Brief History of Seventh-day Adventists, p. 29).
Otros se quedaron con la sensación de que algo había sucedido el 22 de octubre de 1844. Daniel 8:14 predecía que el “santuario” sería “purificado”. Pero, ¿dónde? ¿Cómo? El granjero metodista Hiram Edson fue el primero en sugerir una respuesta. Después de orar con varios amigos el 23 de octubre, caminaba por el campo cuando de repente se le cruzó una idea por la cabeza: el santuario estaba en el cielo. Era como Josiah Litch había dicho: antes de que Jesús regresara por segunda vez, primero tenía que realizar un juicio.