Abraham y Sara
“Por fe, Abraham, cuando Dios lo llamó, obedeció y salió para ir al lugar que él le iba a dar como herencia. Salió de su tierra sin saber a dónde iba” (Heb. 11:8).
Abraham: un hombre de Dios, justo, valiente, fiel y sincero; dispuesto a hacer lo que Dios le pidiera, incluso sacrificar a su hijo. Un verdadero modelo de virtud. Esta es la imagen romántica que se nos enseña de él. Lamentablemente, no es tan real como nos gustaría.
Imaginamos a Abraham sentado en la iglesia cuando Dios lo llama. Seguidamente, él y Sara hacen las maletas y se van a Canaán. Sara se pone ansiosa porque Dios le prometió un bebé que no llega, así que le pide a Abraham que procree con su sierva. Cuando Dios se presenta personalmente para anunciar que Sara, ya anciana, puede comenzar a tejer ropa de bebé, ella se ríe. Al año nace Isaac, y todos viven felices para siempre.
De alguna manera, hemos pintado a Abraham como el Sr. Fiel y a Sara como la Sra. Escéptica, y hemos perdido de vista a las personas reales cuyas vidas quedaron registradas en la Biblia. La realidad es que Abraham ni siquiera fue criado en un hogar en el que se adoraba a Dios (Josué 24:2 dice que el padre de Abraham adoraba a dioses falsos). Cuando Dios se le apareció para cambiarle la vida (y la historia del mundo), se le estaba apareciendo un Dios que él no conocía, cuya religión le era extraña. Y ese Dios le dijo: “Sigue mi ejemplo y confía en que yo cumpliré lo que te estoy prometiendo”.
Dios le pidió que dejara todo lo que conocía (tan fácil como besar a tu hermana, ¿eh?). Cuando dejaron a su familia en Harán, estaban renunciando a sus derechos ancestrales, a sus tierras y a su herencia. Si sobrevivían, esperaban que Jehová cumpliera su palabra. ¡Qué difícil!
La verdad es que, al viejo Abram (que significa “padre exaltado”), rebautizado por Dios Abraham (“padre de muchas naciones”) no se le hizo fácil aferrarse a la fe (como nos sucede a cualquiera de nosotros). Abraham tenía preguntas y dudas, y cometió errores que lo dejaron mal parado. Afortunadamente, Dios tenía más fe en Abraham que la que Abraham tenía en Dios. Sabía que, aunque era un hombre nervioso y asustadizo, también podía ser valiente y leal. Sabía que, aunque Sara era algo escéptica e impetuosa, si perseveraba, reiría de alegría en lugar de lamentarse.