Dios perdonador
“Tú eres Dios perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia” (Nehemías 9:17).
¿En qué estaba pensando Abraham cuando le mintió a Abimelec, rey de Gerar, haciéndole creer que Sara era su hermana? Un rápido análisis de la situación dejaba ver con claridad que Sara corría menor peligro presentándose como la esposa de Abraham. Un esposo tenía derechos sobre su mujer, para esa cultura, precisamente por estar casados, pero ¿qué derechos tendría Abraham sobre Sara, si era solo su hermana?
En esta ocasión, al igual que cuando mintió en Egipto, Abraham estaba pensando en su propia seguridad. En esa oportunidad, le propuso a Sara que se presentara como su hermana debido a que los egipcios, al ver su hermosura, lo matarían a él mientras que a ella le preservarían la vida (ver Gén. 12:11-13). ¿Cuál fue el resultado de su plan? Sencillamente, no funcionó. Dice el relato bíblico que faraón hizo llevar a Sara a su casa, obviamente para convertirla en una de sus esposas; lo cual no ocurrió gracias a la oportuna y milagrosa intervención de Dios. Hay varias lecciones para nosotros en esta parte “oscura” de la vida de Abraham.
La primera es que ninguno de nosotros está exento de errores. Aun los gigantes de la fe tuvieron sus caídas; unas estrepitosas, como la de David; otras, inexplicables, como estas del patriarca Abraham.
Una segunda lección es que, después de sus caídas, estos héroes de la fe no permanecieron en el suelo. De David dice la Palabra que llegó a ser un varón conforme al corazón de Dios (ver Hech. 13:22). A Abraham, por su parte, Dios lo llama “mi amigo” (Isa. 41:8). De alguna manera, sus fracasos los ayudaron a depender cada vez más del Padre celestial.
Finalmente –y esta parece ser la lección más valiosa–, a pesar de que Abraham manifestó desconfianza al mentir con respecto a su verdadera relación con Sara, Dios en ningún momento lo abandonó. No solo protegió a su esposa, sino también dejó muy en claro que el patriarca, a pesar de su error, continuaba siendo su representante (ver Gén. 20:7).
Si, al igual que yo, has dado pasos equivocados, recuerda que nuestro Dios es “perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia”. No importa cuán bajo hayas caído, él nunca te abandonará.
Gracias, Padre celestial, porque a pesar de mis continuos errores y pecados me recibes cada vez que acudo a ti en busca de perdón. Gracias, además, por tu promesa de que siempre estarás conmigo hasta el fin del mundo.