“La niña de sus ojos”
“Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino y, sin ningún temor de Dios, te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y sin fuerzas” (Deuteronomio 25:17, 18).
“Ruin, cobarde e insidioso”. Así califican Jamieson, Fausset y Brown el ataque que los amalecitas perpetraron contra la desprevenida retaguardia de Israel, a su salida de Egipto (Comentario exegético y explicativo de la Biblia, t. 1, p. 77).
El traicionero ataque se produjo sin que hubiera provocación alguna de parte de Israel, y causó estragos en los miembros más débiles del pueblo que habían quedado rezagados. ¿Por qué hicieron algo tan vil? Según Patriarcas y profetas, los amalecitas habían “jurado por sus dioses que destruirían a los hebreos de modo que nadie escapara, y se jactaban de que el Dios de Israel sería impotente para resistirlos” (p. 307).
Según las Escrituras, apenas se produjo el sorpresivo ataque, Moisés dio órdenes precisas a Josué para repeler a los amalecitas, mientras él y Aarón intercedían por el pueblo. Al final, el resultado fue que “Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada” (Éxo. 17:13).
Pero el asunto no termina ahí. La malvada acción de los amalecitas no solo quedaría registrada, sino también a su tiempo sería castigada: “Escribe esto”, le ordenó el Señor a Moisés, “para que sea recordado en un libro, y di a Josué que borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (vers. 14).
¿Por qué esa sentencia tan dura sobre Amalec? Porque el brutal ataque, además de desafiar directamente el poder de Dios, se perpetró sin ninguna compasión sobre la gente más indefensa del pueblo; y eso Dios no lo podía ignorar.
La lección es contundente: quien daña a los hijos de Dios, especialmente a los más débiles, toca a “la niña de sus ojos” (ver Zac. 2:8). Y aunque él es Dios “misericordioso y piadoso […] de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. Que Dios nos libre de causar daño intencionalmente a uno de sus hijos; ¡pero que además otros se cuiden de hacernos daño, porque también nosotros somos hijos del Altísimo!
“La mano de Dios se extiende como un escudo sobre todos los que le aman y temen; cuídense los hombres de no herir esa mano; porque ella blande la espada de la justicia” (ibíd.).
Ayúdame, oh Dios, a ser siempre bondadoso hacia tus hijos. Y ayúdame también a recordar que quien me quiera hacer daño estará tocando “la niña de tus ojos”.
Que reflexión tan hermosa, clara y alentadora,, muchas veces me he sentido, protegida, amada y defendida de. Parte de mi Señor y agradezco por eso.