La competencia con tu hermana
“Entonces Jacob durmió también con Raquel, y la amó mucho más que a Lea. Y se quedó allí y trabajó para Labán los siete años adicionales” (Gén. 29:30, NTV).
Raquel era más hermosa que su hermana Lea y contaba con el amor incondicional de Jacob. Él trabajó por ella siete años para pagar la dote y le parecieron solo unos pocos días. Sin embargo, esta historia de amor no tiene un final feliz. Cuando llegó la fecha acordada para la boda, Jacob fue engañado y recibió a Lea como esposa, en lugar de Raquel.
La mayoría de los comentadores bíblicos suponen que Lea estaba de acuerdo con el engaño. Tal vez amaba a Jacob en secreto, o tenía celos de su hermana, o creía que esta sería su única oportunidad para casarse. Sin embargo, Lea cosechó un fruto amargo por su parte en el engaño: años de competencia con su hermana por el amor de Jacob.
Como Lea había puesto su sentido de valor personal en conquistar el amor de Jacob, continuó frustrada e infeliz hasta que permitió que Dios fuera la fuente de su autoestima. Podemos ver su recorrido de crecimiento emocional a través del significado de los nombres que eligió para sus hijos. Rubén, el primogénito, significa “Mira, un hijo”. Lea dijo: “Ahora mi esposo me amará”. ¡Pero Jacob no la amaba! El nombre del segundo hijo, Simeón, significa “escuchada”, porque Lea dijo: “El Señor oyó que yo no era amada y me ha dado otro hijo”. Sintiéndose aún rechazada, Lea llamó a su tercer hijo Levi, que significa “apego”. Lea todavía creía que podía ganar la competencia con su hermana y hacer que su marido se apegara a ella por haberle dado tres hijos. ¡Pero Jacob aún no la amaba!
Con la llegada de su cuarto hijo, se ve un cambio en Lea: ella comienza a mirar a Dios como la fuente de su identidad y autoestima. Por esto llama a su hijo Judá, que significa “alabanza”. ¡Este es un cambio radical! Lea rompe con el antiguo paradigma y deja de pensar que el amor o el desamor de su marido establece su valor como persona. Lea se centra en Dios y dice: “Esta vez alabaré a Jehová”.
Muchas somos como Lea. Creemos que el cariño y la aprobación de los demás son el veredicto de nuestro valor como personas. Competimos buscando validación, pero el amor incondicional que necesitamos solo proviene de Dios.
Jesús, no quiero competir con mis hermanas. El amor, la validación y la aceptación que busco, no las puedo ganar. Tú las ofreces gratuitamente. Rindo las armas de la competencia y me arrodillo a tus pies.