El fin de la muerte
«El Señor destruirá para siempre la muerte, secará las lágrimas de los ojos de todos y hará desaparecer en toda la tierra la deshonra de su pueblo. El Señor lo ha dicho». Isaías 25: 8
La muerte es la realidad que más lágrimas le ha arrancado y más interrogantes le ha planteado al ser humano a lo largo de su historia. Las reflexiones humanas acerca de la muerte han girado esencialmente en torno a dos temas: la brevedad de la vida humana y la solución para la muerte. Hace ya varios miles de años que el patriarca Job preguntó: «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?» (Job 14: 14, RV95). Hoy en día podríamos señalar al poeta Euquerio Amaya, quien expresó su incertidumbre e inconformidad en su poema titulado LIED:
Los hombres nos vamos y las cosas quedan; queda lo insensible, queda la materia. Y se esfuma la célula activa que piensa; y se desbarata el cordaje divino que vibra y que sueña; y desaparece la lengua que canta y el ojo que vela. Los hombres se van y no vuelven nunca, mas las cosas quedan… Los hombres vivimos unos pocos soles, y siglos y siglos perduran las piedras. ¡Señor! ¿Por qué viven menos las cosas que viven y por qué más viven las cosas ya muertas?
Pero la Palabra de Dios presenta que hay esperanza más allá del umbral de la muerte. En primer lugar la Biblia nos enseña la solución que Dios ha preparado para la muerte: «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados […]. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte» (1 Corintios 15: 20-22, 26, RV95).
La solución que Dios ha diseñado se llama «resurrección» y Jesús la garantizó para cada ser humano. Quizá te preguntes: «¿Y qué tengo que hacer para asegurarme la resurrección?». @Jesús mismo dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5: 24, 25, RV95).
No sé tú, pero yo espero con ansias el regreso de Cristo. Cuando ya no haya más muerte, ni clamor ni dolor. Mientras llega ese gran día te invito a confiar en Jesús y a creer en él como tu Salvador personal.