Presidente destituido
“Así que comete pecado todo el que sabe hacerel bien y no lo hace” (Santiago 4:17, NVI).
El 4 de febrero, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos votó a favor de la destitución del presidente de los Estados Unidos. ¿En qué año? 1868. ¿Qué presidente? Andrew Johnson. ¿Por qué? Porque despidió a uno de los funcionarios de su gabinete, Edwin Stanton, Secretario de Guerra. Evidentemente, Stanton era un hombre muy popular. Los cargos que fueron presentados contra Johnson incluían el uso ilegal de la ley federal, el uso corrupto de su poder de veto y la interferencia en las elecciones del gobierno. El Senado celebró entonces su juicio de destitución en el pleno del Senado, con 54 senadores como jurados. Cuando se contó la votación, el resultado fue de 35 a 19 contra el presidente Johnson. Sin embargo, eran necesarios dos tercios de los votos, así que faltaba uno para que se aprobara la destitución. Por lo tanto, el primer y único esfuerzo para destituir a un presidente fracasó. Más de cien años después, el presidente Richard Nixon estuvo a punto de ser destituido por el escándalo de Watergate, pero dimitió.
Estados Unidos cuenta con un excelente sistema de control y equilibrio en su Constitución: el Congreso, la Corte Suprema y el Presidente. No a todo el mundo le gusta lo que ocurre en los niveles superiores del gobierno y, aunque probablemente haya una buena cantidad de corrupción en cada rama, podemos decir que Estados Unidos tiene una de las mejores formas de gobierno del mundo actual.
Ahora bien, probablemente nunca sabremos si el presidente Johnson fue realmente culpable de todas las cosas de las que se le acusó; pero una cosa es segura: cuando entras en el mundo de la política, la gente te acusa enfáticamente si cree que eres culpable, haya evidencias o no. Para tener éxito, tienes que acostumbrarte a ello. Pero, lo más importante es que sigas el consejo de Santiago cuando dice: “Comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace”.
Daniel fue un excelente ejemplo de un político que siempre hizo lo correcto. Tuvo padres piadosos que le enseñaron a ser fiel a Dios, recibió una educación de primera categoría y mucha experiencia práctica trabajando en la cúpula de una superpotencia mundial.
Sin embargo, como vemos una y otra vez en las páginas del libro que escribió y lleva su nombre, el verdadero secreto de su éxito fue que Dios era lo más relevante en su vida diaria. Se aferró a las promesas de Dios y aceptó sus decisiones; y se mantuvo firme, incluso cuando se enfrentó a esos leones hambrientos. Hizo lo correcto. Siempre.