Una promesa vigente
“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien” (Romanos 8:28).
Cuando Elena de White ya era viuda, fue a servir a Dios y a la iglesia a la lejana Australia. Esto sucedió a fines del siglo XIX, cuando el país no era la próspera nación que es hoy y cuando no había aviones para viajar hasta allí de manera rápida.
En Australia, Elena sufrió durante once meses de fiebre palúdica y de reumatismo inflamatorio. Pasó por el mayor sufrimiento de su vida. No podía levantar los pies sin sufrir gran dolor. La única parte del cuerpo sin dolor era el brazo derecho, del codo para abajo. Las caderas y la espina dorsal dolían constantemente. No podía estar acostada por más de dos horas. Se arrastraba a una cama similar para cambiar de posición. Así pasaban las noches. Los médicos le dijeron que nunca volvería a caminar.
Al principio de su sufrimiento e invalidez, sintió que no podía soportarlo, pero no mucho tiempo después pudo entender que la aflicción era parte del plan de Dios. Recordó que el Señor nunca le había fallado. Entonces, oró fervientemente y notó cuán dulce es el consuelo que hay en las promesas de Dios.
¿Cómo pudo sobrellevar todo? “Mi Salvador parecía estar muy cerca de mí. Sentía su sagrada presencia en mi corazón y estaba agradecida por ello. Estos meses de sufrimiento fueron los meses más felices de mi vida, debido al compañerismo de mi Salvador. Él era la esperanza y corona de mi regocijo. Estoy muy agradecida de que tuve esta experiencia porque conozco mejor a mi precioso Señor y Salvador” (Mensajera del Señor, p. 65).
Elena de White sufrió mucho en su vida. Sin embargo, fue una mujer notablemente productiva y activa, y de su sufrimiento provino una filosofía del sufrimiento que ha sido una roca sólida para millones. Su libro El ministerio de curación, además de centenares de cartas, jamás podría haber sido escrito sin que su propia experiencia proveyera el marco humano para principios divinos básicos sobre este tema.
Muchos cobraban ánimo al ver su alegría y su firme resolución bajo intensa adversidad. Los años vividos en Australia fueron los más productivos: ayudó a establecer un sólido programa educativo y evangelizador, y escribió El Deseado de todas las gentes, más miles de cartas oportunas. Sus 87 años, sus escritos y su ministerio demuestran que con el Señor podemos vencer. Su último escrito también rebosaba de esperanza y gozo cristiano.
Para Pablo, para Elena y para cada uno de nosotros, la promesa sigue vigente: “A los que a Dios aman, todas las cosas ayudan a bien”.