Catalina Shelly
«Y el segundo es: Ama a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Marcos 12:31).
Esta historia ocurrió una tormentosa noche del 6 de julio de 1881 en Iowa, Estados Unidos. Catalina Shelly, de quince años, era la mayor de cinco niños que vivían junto a su mamá, que era viuda, en una casita en la ribera del arroyo Honey, al cual cruzaba un puente ferroviario.
A las once de la noche se escuchó un fuerte ruido proveniente del puente. Por la ventana entre los refucilos de los relámpagos, Catalina y su mamá pudieron ver el arroyo desbordado y el puente destrozado. ¡La locomotora de un tren de carga había caído al arroyo!
A pesar de la negativa de su madre, Catalina tomó un farol y se dirigió al arroyo. Se alegró al escuchar con vida al maquinista y al fogonero, que estaban agarrados a un árbol. Pero tembló al pensar en el expreso de medianoche. Si nadie se dirigía a la estación a detener el tren, mucha gente podría morir.
Catalina no lo dudó. Muchas vidas dependían de ella. Así, se dirigió a la estación. Para llegar, primero caminó dos kilómetros hasta otro puente sin barandas de 150 metros de largo sobre el río Des Moines. El solo hecho de cruzarlo de noche la hacía temblar. Cuando había recorrido unos metros, una fuerte ráfaga de viento le apagó el farol. Pero, a pesar del terror, el pensar en la gente del expreso le hizo sacar fuerzas de la nada y comenzó a cruzar el puente gateando, tanteando los durmientes. Las astillas comenzaron a lastimarle las rodillas y las manos. Era una carrera contrarreloj. Por fin Catalina pudo tantear que los durmientes tocaban tierra firme. Se paró y comenzó a correr a oscuras. Se cayó muchas veces, pero se levantaba y seguía corriendo, luchando contra el viento. A lo lejos divisó una lucecita proveniente de la estación. Con las pocas fuerzas que le quedaban, logró llegar y avisar del puente roto, justo cuando el silbato del expreso comenzaba a escucharse. Sin demora, el encargado de la estación agitó en medio de la vía un farol rojo para hacer detener el tren. Esa noche, Catalina salvó a trescientos pasajeros.
¿Qué habría sido de esas personas si Catalina no se hubiera sentido responsable por sus vidas y hubiera permanecido cómodamente en su hogar? ¡Es una bendición ser responsable!
Cinthya
(Adaptación del relato “Catalina Shelly salvó el tren” de Virgil Robinson, El Amigo de los Niños, año 4, segundo trimestre de 1978, N° 2).