Prisioneros de guerra
“Destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo” (2 Cor. 10:5, LBLA).
¡No creas cada pensamiento que se te cruza por la cabeza! Como nuestros pensamientos tienen nuestra voz, muchas veces los aceptamos sin siquiera examinarlos. Suenan tan familiares, que les abrimos la puerta y los invitamos a entrar. Sin embargo, que una idea se te cruce por la cabeza no significa que sea cierta, buena, o siquiera que provenga de ti. El enemigo continuamente está sugiriéndonos pensamientos dañinos. En Mente, carácter y personalidad, tomo 2, Elena de White escribe: “Satanás aprovecha las debilidades y los defectos de carácter […] Hace sugerencias malignas e inspira pensamientos mundanos, consciente de que, de esa manera, puede lograr que el alma caiga en condenación y esclavitud” (p. 685, énfasis agregado). Al inspirar estas ideas nocivas, Satanás hace que suenen como nuestros propios pensamientos. Él se disfraza con nuestra propia voz, así como en Edén apareció como una serpiente, uno de los animales más hermosos del Jardín. Sin un disfraz, ¡lo reconoceríamos inmediatamente!
La Biblia dice que debemos llevar nuestros pensamientos cautivos a Cristo. Confieso que esta imagen de esclavitud y cautiverio hacía que me sintiera un poco incómoda al principio. Sin embargo, ahora la interpreto de otra manera. Cristo es el centinela de mi mente; él guarda la puerta, asegurando la integridad de mi fortaleza mental. Cuando cautivo los pensamientos —cuando los sujeto y no les permito que corran libremente— Cristo impide que los soldados del enemigo ingresen y me destruyan. Él no desea coartar mi creatividad o mi libertad de expresión, sino protegerme de los infiltrados. Los pensamientos son, por así decirlo, prisioneros de guerra manchados por el lodo y la sangre, y difíciles de reconocer. Cuando se los traigo a Jesús, él verifica su identidad, liberando a los buenos y desterrando a los malos.
Señor, pareciera que pongo mucha atención a lo que hago y poca atención a lo que pienso. Aunque mis pensamientos son invisibles, actúan como un timón que dirige mi vida. Perdóname por no controlarlos como debiera, por permitirles que corran libremente en mi mente.
¡Santifícame, Señor! Dame la disciplina para llevar todo pensamiento cautivo a Cristo. Inspira mi mente con tu Espíritu, para que esté llena de pensamientos sanos y santos. Amén.
Amen