El reencuentro
“Hermanos, no queremos que ustedes se queden sin saber lo que pasará con los que ya han muerto, ni que se pongan tristes, como los que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13, RVC).
Mientras escribía estas líneas, todavía sentía el dolor que me había causado la pérdida de dos buenos amigos. Uno de ellos, por un derrame cerebral; el otro, por el cáncer.
¿Dónde he hallado el consuelo que es tan difícil encontrar en estos casos? En el único lugar donde es posible hallarlo: la Palabra de Dios. En sus páginas se nos exhorta a no entristecernos “como los que no tienen esperanza”; es decir, como aquellos que cuando despiden a un ser querido, saben que nunca más lo verán. No es ese nuestro caso. Y no lo es porque, “así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios levantará con Jesús a los que murieron en él” (1 Tes. 4:13, 14). ¡Alabado sea Dios! El mismo poder que levantó a Cristo de la tumba también levantará “a los que murieron en él”.
Celeste Perrino Walker relata la experiencia que vivió cuando fue invitada como oradora principal a un reencuentro de exalumnos (“The Best is yet to Be”, Vibrant Life, julio-agosto de 2005, p. 31). En estos reencuentros se celebran “los viejos tiempos”. Pero no había alegría en la reunión. Poco antes, una de las exalumnas se había enterado de que tenía cáncer de colon en estado muy avanzado y debía ser operada justo en esos días.
En tales circunstancias, ¿de qué podría hablarles Celeste en su discurso? Les habló de una tradición familiar que una amiga suya, de nombre LeAnne, había compartido con ella tiempo atrás. La tradición consistía en señalar con el dedo índice hacia el cielo cada vez que un pariente, que había estado de visita en su casa, se despedía. Mientras esa persona salía por la puerta, todos los miembros de la familia señalaban hacia el cielo. Esa era una manera de decirle: “Que Dios te acompañe. Si no nos vemos de nuevo en este mundo, nos veremos cuando Cristo regrese”.
Cuenta Celeste que cuando murió la suegra de su amiga LeAnne, eso fue exactamente lo que ocurrió. Ese día, mientras el cortejo fúnebre se dirigía hacia el cementerio, todos los familiares se pusieron de pie señalando hacia el cielo. Con ese gesto estaban despidiendo a su ser querido con este poderoso mensaje de esperanza: “La próxima vez que te veamos será en el cielo, junto a los redimidos”.
En este momento estoy señalando hacia el cielo.
Te alabo, Padre, porque un día glorioso Cristo levantará de la tumba a los que murieron en él. ¿Cuánto falta, Señor, para ese gran reencuentro?