¡Estás loca!
“¡Mira! Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos como amigos” (Apoc. 3:20, NTV).
Si Dios te pidiera que te acercaras a una persona que no conoces y ahí, en medio del supermercado, te ofrecieras a orar por ella, ¿lo harías? Y si te pidiera que dejaras un trabajo prestigioso y bien remunerado para tener otro hijo, aunque tú creyeras que ya tienes suficientes, ¿lo harías? Algunas veces, para obedecer a Dios, hay que estar dispuesta a parecer un poco loca (aun a los ojos de otros cristianos).
Cuando Pedro fue rescatado de la prisión por un ángel, fue a la casa donde los creyentes se habían reunido para orar y tocó la puerta. Era noche cerrada cuando Rode, una joven sirvienta, fue a abrir. Pero cuando reconoció la voz de Pedro, Rode se alegró tanto que, en vez de abrir la puerta, corrió adentro a avisarles a todos. Al oírla, los santos varones y mujeres que habían orado fervientemente por Pedro, se burlaron de ella y le dijeron: “¡Estás loca!” (Hech. 12:15, NTV). Como la niña insistía, en lugar de creerle, ellos iniciaron un debate teológico. Los incrédulos creyentes le explicaron a Rode que había visto un ángel. A todo esto, ¡Pedro estaba a punto de derribar la puerta de tanto golpearla! Cuando por fin la abrieron, quedaron asombrados: la muchacha no estaba loca: ¡Pedro había sido liberado!
La parte que más me gusta de esta historia es que Rode no se dejó convencer. No comenzó a dudar si había oído o no la voz de Pedro. Pese a que era solo una muchacha esclava e inmigrante, ella no permitió que las dudas y las explicaciones de los demás le robaran su fe. A veces Dios nos guía a tomar una decisión, pero no sabemos cómo explicárselo a los demás. Tememos decirle a alguien: “Creo que Dios me está llamando a escribir un libro”, o “pienso que Dios quiere que dedique más tiempo a mis hijos y trabaje menos horas”, por miedo a que nos traten de locas. ¡Y posiblemente lo harán!
Probablemente, también nos dirán que no tenemos el talento o el dinero suficiente como para lograrlo. Sin embargo, como Rode, tengamos el valor de reconocer la voz que oímos. El milagro por el que estás orando se encuentra al otro lado de la puerta, al otro lado de tu miedo al qué dirán.
Señor, quiero reconocer y obedecer tu voz, aunque el resto del mundo piense que estoy loca. Hoy quiero aprender a confiar en tus consejos y en tu Palabra. Quiero abrir la puerta de mi corazón de par en par y dejarte entrar.
Amén.