El depósito
“Por eso mismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que él es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12, RVC).
¿Cuál es ese “depósito” del cual habla el apóstol Pablo en este conocido pasaje de la Escritura? ¿Se refiere a algo que Pablo ha confiado a Cristo, o que Cristo le ha confiado a él?
La clave para saberlo la provee la palabra griega paratheke, “depósito”. Según Lawrence O. Richards, la imagen que esta palabra transmite es la de una persona que, antes de emprender un largo viaje, deja sus objetos de valor bajo la custodia de alguien confiable, para luego recuperarlos a su regreso a casa (The Victor Bible Background Commentary: New Testament, p. 531).
¿No es esta una preciosa ilustración de lo que sucede cuando colocamos bajo la custodia de nuestro Señor todo cuanto somos y poseemos? En nuestro peregrinaje por esta vida le confiamos a Dios nuestra vida entera, y al final de la jornada, él mismo nos da la bienvenida al hogar celestial.
Nuestro texto de hoy también se presta para una segunda aplicación. Así como tú y yo hemos confiado nuestra vida en las manos de Dios, ¿no es también cierto que él nos ha confiado un “depósito” (1 Tim. 6:20; 2 Tim. 1:14)? Lo que esto significa en la práctica es que, si bien es cierto que hemos entregado la custodia de nuestra vida al Señor, también él nos ha encomendado la custodia de su Palabra para que la guardemos en el corazón y para que la prediquemos con el poder de su Santo Espíritu, sin importar las consecuencias.
¿No fue esto, precisamente, lo que hizo el apóstol Pablo? Para el momento en que le escribe a Timoteo, el apóstol está preso en Roma por predicar el nombre de Jesucristo. Además, algunos de sus compañeros de predicación lo han desamparado. En medio de circunstancias tan adversas, ¿qué dice Pablo? Dice: “Yo sé a quién he creído”.
Y tú, ¿sabes en quién has creído? ¿Crees, además, que Dios es poderoso para guardar lo que le has confiado? Si crees estas cosas, en el cielo te está reservada una corona de justicia, la cual te dará el Señor, no solo a ti, sino también a todos los que amamos su Venida.
Gracias, Jesús, porque eres digno de toda mi confianza. En tus manos entrego mi vida para que la mantengas fiel hasta el día en que reciba de tus manos la corona de victoria. Gracias, además, por confiarme el honor de predicar tu santo evangelio.
Amén; gracias hermanos por la matutina