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“Cada uno de ustedes ha de reverenciar a su madre y a su padre” (Levítico 19:3).
Este es el único mandamiento que incluye una promesa, una recompensa. ¿Cuándo se alargan los días, los meses, los años? Cuando honramos a los padres. Seguramente esto se cumplió en la vida de Matusalén. Fue el hombre más longevo, alcanzó a cumplir 969 años. ¡Cuántas velitas encendidas en esa torta! Nunca en la historia un hombre vivió más que él. Deducimos que cumplió el mandamiento ¿verdad?
Nos preguntamos quién fue el padre de Matusalén. La Biblia lo dice allí en Génesis 5. Abre tu Biblia y descúbrelo. Fue Enoc. Matusalén honró a su padre Enoc. De este hombre se dice poco; pero sí que era tan amigo de Dios, que se lo llevó al cielo a vivir con él. Dice el versículo 24: “y como anduvo fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo llevó” (NVI).
Lo bonito es que Matusalén disfrutó a su padre por ¡300 años! Enoc vivió en la tierra 365 años. Un año por cada día de un año. Parece un juego de palabras, pero piénsalo detenidamente. Me pregunto cuándo se hizo tan amigo y confidente de Dios. ¿Sobre qué charlarían Enoc y Dios?
¿Hablarían sobre el Mesías que los salvaría del pecado? ¿Le habrá contado Enoc a Matusalén sus charlas con Dios? Quiero pensar que sí. Pues deduzco que ese hijo honró tanto a ese padre porque lo admiraba y quería ser como él, un hijo fiel de Dios. Los días de Enoc fueron numerosos en la tierra; y ahora ya está gozando la eternidad con Jesús.
Escuché la siguiente historia cuando era pequeña. Antes de morir en manos de sus enemigos, un rey le dijo a su hijo adolescente que siempre debía conducirse como hijo del rey. Al quedar solo, nuestro príncipe no fue tratado como tal. Aunque era prisionero, y tenía que hacer las tareas más duras y a veces denigrantes, nadie nunca pudo ver un rasgo de carácter que lo rebajara o rebajara lo que le había prometido a su padre: conducirse como un príncipe. Siempre actuó con integridad, honradez, respeto y amabilidad, aun con quienes no lo merecían.
Nosotros también somos hijos de un Rey, un Rey omnipotente, Dios. Comportémonos como herederos de las promesas y pronto nuestros días se alargarán por toda la eternidad.
Mirta