Hablemos de la inteligencia
“Pide con todas tus fuerzas inteligencia y buen juicio” (Prov. 2:3).
La palabra “inteligencia” viene de dos raíces latinas: intusque significa “entre”, y legereque quiere decir “escoger”. De modo que, etimológicamente, el que es inteligente “sabe escoger”, entre varias alternativas, la más conveniente para resolver un problema o tomar una decisión; es decir, elige la mejor opción entre varias posibilidades.
Cuando Dios nos creó, nos dotó de inteligencia; es un don que, si lo desarrollamos, nos llevará por la vida asertivamente. Por lo tanto, la inteligencia no es exclusiva de un grupo determinado. La creencia de que los varones son más inteligentes que las mujeres, lamentablemente popular y aceptada por muchos, es absurda; no la creas, de lo contrario te menoscabarás a ti misma proclamando a los cuatro vientos que “no puedes” ante ciertos desafíos intelectuales.
De existir alguna diferencia entre la inteligencia del hombre y la de la mujer, tendría que ver con el tipo de inteligencia que tenemos, no con el hecho de tenerla o no. Investigaciones científicas sugieren que, en los varones, predomina la inteligencia racional, mientras que, en las mujeres, la emocional. En otras palabras: ambos somos inteligentes, cada uno a su manera.
Cuando yo era niña, muchas veces vi a mi padre usar un cernidor, que es una herramienta artesanal para separar la paja del grano de trigo. La paja se la llevaba el viento, mientras que el grano limpio iba al granero, para después convertirse en nuestro preciado alimento.
¿Quieres ser inteligente, en el verdadero sentido de la palabra? Capacítate con la lectura de la Biblia. De ahí derivará tu capacidad de discernir entre el bien y el mal, entre lo puro y lo impuro, entre lo santo y lo profano. La inteligencia se ejercita cuando desarrollas conciencia propia, que es la capacidad de “darte cuenta” y analizar todo lo que recibes del exterior, para quedarte con lo que está en armonía con los valores del Evangelio.
Hoy, antes de iniciar tus actividades, pide al Señor inteligencia para tomar decisiones que lo honren y edifiquen tu vida para el Cielo. El Espíritu Santo dice: “No olvides mis enseñanzas, hijo mío; guarda en tu memoria mis mandamientos, y tendrás una vida larga y llena de felicidad” (Prov. 3:1, 2).