“Críame este niño, y yo te lo pagaré”
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:24, 25).
“Críame este niño, y yo te lo pagaré”. ¿Recuerdas quién dijo estas palabras?
Fue la hija de faraón. Había ido al río con sus doncellas, para bañarse, cuando vio una canasta que suavemente se movía en la ribera del Nilo. Envió a una de sus doncellas a buscarla y, ¡sorpresa! Cuando la abrió, vio a un hermoso niño que lloraba.
Entonces, en el momento preciso, aparece en escena María, la hermana mayor del bebé. Le pregunta a la princesa si desea que ella busque a una nodriza hebrea para que lo críe, ¡y ella acepta! En ese mismo instante se podría decir que comenzó a escribirse una de las páginas más gloriosas de la historia. Porque con la velocidad de una flecha, ¡María busca a Jocabed para que “haga el trabajo”!
“Críame este niño, y yo te lo pagaré”. La princesa pensaba que simplemente estaba contratando a una empleada, pero por la mente de Jocabed pasaban otras ideas. Ella criaría al niño, ¡pero para Dios! A partir de ese instante, ella sería la influencia dominante en la vida de Moisés. Y aunque no vivió para ver el Éxodo, Jocabed recibirá su recompensa de manos de Dios, en la vida eterna: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado”.
Si eres madre, o esperas serlo, recuerda que el mismo Dios que bendijo a Jocabed anhela bendecirte hoy: “El que dijo: ‘Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis’, sigue invitando a las madres a llevarle sus pequeñuelos para que sean bendecidos por él. Aun el lactante en los brazos de su madre puede morar bajo la sombra del Todopoderoso por medio de la fe de la madre que ora” (El Deseado de todas las gentes, p. 484).
Recuerda también que, aunque no veas en esta vida el fruto de tus esfuerzos, recibirás tu recompensa en el Reino de los cielos. ¡No puedes imaginar lo grande que será esa recompensa!
Gracias, Padre, por nuestras madres, y por lo que ellas significan para la humanidad. Concédeles hoy tu bendición, y danos el gozo de verlas en la Patria celestial.