Engrandecer tu nombre
“Te daré tesoros escondidos en la oscuridad, riquezas secretas. Lo haré para que sepas que yo soy el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre” (Isa. 45:3, NTV).
Algunas veces, cuando estoy orando, siento que me tragué una pastilla de chiquitolina. Si no creciste viendo al Chapulín Colorado, la serie de televisión mejicana que parodia a los programas de superhéroes, permíteme que te explique: las pastillas de chiquitolina hacían que el Chapulín redujera su tamaño y llegara a una estatura aproximada de veinte centímetros. Mientras oro, a veces me siento tan pequeña como el Chapulín después de tomarse una de estas pastillas. ¿Qué derecho tengo yo de ir delante del Trono de Dios y hacer peticiones tan pretenciosas? Escucho una voz acusadora que me susurra: “Pide menos, confórmate con poco. No seas pretenciosa”. ¿Alguna vez te sucedió algo similar?
Sin embargo, lo que importa no es mi tamaño, sino el tamaño de Dios. Siempre me sorprendió que la Biblia nos inste a engrandecer el nombre de Dios (Deut. 32:3). ¿Qué significa esto? ¡Es imposible! Su nombre no podría ser más grande. Tal vez lo que esto quiere decir es que debemos actuar reconociendo la dimensión del Dios a quien servimos. Proclamar su grandeza implica pedirle cosas que solo él puede hacer. “Mientras más grande es la petición que hacemos, más grande es a nuestros ojos la persona a quien nos dirigimos”, escribe Sugel Michelen en su artículo “La oración”, y tiene razón. Puede ser que tú y yo seamos tan pequeñitas e insignificantes como pulgas.
¡Pero somos pulgas en el lomo del León de Juda! Nuestro tamaño, real o percibido, no importa en lo absoluto. “Si vivimos y trabajamos según su voluntad, no podemos soñar demasiado grande”, escribe Melody Mason en Atrévete a pedir más. “De todos modos, no se trata de nuestros talentos o de nuestras capacidades. ¡Se trata de los suyos!”, agrega. Dios quiere hacer más en nuestras vidas, no menos. Lamentablemente, a veces nos perdemos de experimentar su presencia y poder porque estamos concentradas en nuestro propio tamaño, y no en el suyo. Amiga, alza tu mirada. ¡Engrandece el nombre de Dios al pedir lo que solo él puede hacer!
Padre, ¡no hay nada que tú no puedas hacer! A ti te pertenece todo el poder y la gloria, por siempre. Ensancha mi visión. Dame una santa audacia para soñar y pedir más, para tu gloria y para el avance del evangelio. Te agradezco porque son tu dimensión y tu poder los que garantizan la eficacia de esta oración. Amén.
Dios es grande en su poder. Gracias