Aclareo de frutos
“¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?” (Mat. 16:26, NTV).
Mi amiga Anne plantó rabanitos en la huerta de su casa. Durante todo el verano nos dimos una verdadera “panzada”; los comimos en todas sus formas: en ensaladas, encurtidos, agridulces… Como vivo en un departamento y no tengo una huerta, Anne plantó un puñado de semillas de rabanito en una maceta y me la obsequió, para que pudiera tener mi propia pequeña cosecha. Coloqué la maceta en el alféizar de la ventana de la cocina, para que recibiera muchísimo sol, y me dediqué a regarla y a mimarla cada día.
Los brotes de rabanito crecieron enseguida, inclinados hacia el sol. Y aunque todo parecía perfectamente normal, los rabanitos nunca se formaron, los bulbos nunca crecieron. Las mismas semillas dieron una cosecha abundante en la huerta de Anne, pero no en mi maceta. Después de investigar un poco, descubrí que una de las causas más comunes por las que los rabanitos no crecen es el hacinamiento. Los rabanitos hacinados no tienen el espacio que necesitan para crecer.
A veces pensamos que debemos hacer más y más para servir a Dios y a nuestra familia. Sin embargo, cuando plantamos demasiadas semillas, ninguna crece correctamente. El mayor y más importante fruto es nuestro carácter. Si por hacer una tarea más, por aceptar un cargo más en la iglesia o por llevar a los niños a otro club luego de la escuela, dejamos de irradiar el amor de Cristo y nos volvemos irascibles, entonces no estamos dando verdadero fruto. Por más “santo” o “sacrificado” que parezca, el hacinamiento impide nuestro desarrollo. En su libro Nice [Agradable], la escritora estadounidense Sharon Miller comenta cómo a los árboles frutales se los poda y ralea para que produzcan menos frutos, pero de mejor calidad (al evitar que las ramas se quiebren bajo el peso de cientos de frutas malformadas). “Más no siempre es mejor (ni para los árboles, ni para nuestras almas)”, escribe ella. “Toma la decisión de ralear el fruto de todo aquello que esté inhibiendo tu fidelidad al mensaje y al carácter de Cristo, de podar sus ramas y echarlas al fuego”. Porque ¿de qué te vale ganar el mundo entero, si pierdes tu alma?
Señor, aun las cosas buenas pueden impedirme crecer más semejante a Cristo. Te ruego que me des la sabiduría para deshacerme del exceso, para ralear los frutos y comprender que mi tiempo y energías son limitadas. El fruto más importante, lo que debo priorizar por sobre toda actividad, es reflejar cada vez más tu amor.
Amen