Atrapar el viento
“Observé todo lo que ocurría bajo el sol, y a decir verdad, nada tiene sentido, es como perseguir el viento” (Ecl. 1:14, NTV).
Mi amiga Anne dice que debemos tener cuidado de no andar persiguiendo nuestro sentido de valor personal como un perro persigue su propia cola. El éxito en el trabajo, en la pareja o en la educación de nuestros hijos, no es el barómetro de nuestro valor personal. ¡Pero es tan fácil permitir que ocupe ese lugar!
El autor cristiano Timothy Keller, en su libro Counterfeit Gods [Dioses falsos], nos advierte de este mismo peligro: “Más que otros ídolos, el éxito personal y los logros nos llevan a pensar que nosotros mismos somos Dios. […] Ser el mejor en lo que haces, estar por encima de todos, significa que nadie es como tú. Tú eres supremo”.
Todas queremos ser exitosas en lo que hacemos. Pero si nuestra identidad depende únicamente de esto, sacrificaremos nuestra familia, nuestra salud y viviremos siempre cansadas. El dios del éxito, sádico y cruel, demanda cada gota de sangre y sudor que posees. Pero nunca se sacia. Te hace correr como un hámster en una rueda, sin llegar a ningún sitio. Para librarnos de esta esclavitud, Dios nos pide que lo adoremos solo a él.
Aprender a adorar únicamente a Dios es un proceso sanador en el que vamos descubriendo y desarraigando identidades falsas, como malezas de un jardín. El éxito, la pareja, la maternidad, la belleza, cualquier cosa de la que pensemos: Si logro obtener esto, tendré valor como persona, es una identidad falsa. Al adorar a Dios, la lluvia del Espíritu Santo cae, ablanda nuestros corazones y permite que las tiernas manos del Jardinero arranquen las malezas.
No ganamos con logros personales, académicos o profesionales la identidad de hijas que Dios nos otorga. Es un don. Por esto puede sobrevivir tanto al éxito como al fracaso. Nos permite ser humildes y confiadas al mismo tiempo: humildes, porque Cristo murió por nuestros pecados; confiadas, porque somos aceptadas en el Amado. Nuestra identidad en Jesús nos libera del orgullo de “ganar” nuestro valor y también de la vergüenza del fracaso.
Padre, adorarte solo a ti es la medicina que necesita mi alma. Lo que adoro me transforma a su imagen, y yo quiero ser más como tú. Quiero aceptar mi identidad de hija amada y recibir tu libertad. El éxito y el fracaso no me definen como persona: jamás podrían comprar o perder mi valor, porque el precio es infinitamente más alto. Mi valor está asegurado en la Cruz, tatuado para siempre en las manos de Jesús.
Amén