Sanidad interior
«Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas». Salmo 147: 3
Ya tenía varios años de casada y no había podido tener un bebé. Era su más grande ilusión. Deseaba vivir esa hermosa experiencia de quedar embarazada, ver crecer su vientre, sentir la criaturita desarrollarse dentro de ella. Se paraba frente al espejo y se imaginaba con varios meses de embarazo, usando ropa de maternidad, y así su ilusión crecía cada día.
Hizo todo lo que estaba a su alcance. Se sometió a un riguroso y costoso tratamiento, dedicó tiempo a orar pidiéndole a Dios que le regalara un hijo. Y finalmente lo logró. Disfrutó cada etapa de esta anhelada experiencia. Se sintió la mujer más feliz sobre la faz de la Tierra hasta que la criatura nació. Era un bebé con síndrome de Down. Recuerdo el día que la encontré. Su mirada era triste, no se le notaba la alegría que exhibe una mujer que es madre por primera vez. La saludé y le pregunté por su hijo. Me miró con sus ojos negros, limpios y sin brillo, de tanto llorar. Sin decir ninguna palabra pasó de la sala a la habitación y, cuando regresó, trajo en sus brazos un manojo envuelto en blancas y mullidas cobijas. Se acercó a mí y comenzó a llorar.
Salomón dice que «es mejor llorar que reír, porque aunque entristece el rostro, le hace bien al corazón» (Eclesiastés 7: 3, NVI). Hoy ella puede entender ese pasaje. Lloró hasta que ya no le quedaron más lágrimas, y cuando su río de llanto se secó, descubrió que no había rabia ni resentimiento, que el dolor se había marchado de su corazón y que en su lugar había un sentimiento de amor puro hacia esa criatura. Un deseo de dedicarse completamente a él, cuidarlo, protegerlo. Quería ser madre y ahora lo era en toda su dimensión.
—Mi hijo, en estas condiciones, ha hecho que en mi ser desaparezcan muchos sentimientos que nunca debieron estar ahí y que florezcan otros que no estaban y que hoy me hacen ser mejor persona —me dijo.
A veces, la sanidad que necesitamos es profunda, es del interior, de nuestra forma de ver la vida. Y, aunque nuestro mundo no siempre sea perfecto, @Dios utiliza las imperfecciones para enseñarnos grandes lecciones y hacernos mejores personas. ¿Te gustaría hoy pedirle a Dios que te dé la verdadera sanidad?