Epidemia de cólera
“Por lo tanto, estas plagas le llegarán en un solo día: la muerte, el lamento y el hambre” (Apocalipsis 18:8, NTV).
Era el año 1832. El temido cólera asiático se había extendido por todo el mundo y, aunque se había intentado desesperadamente mantenerlo fuera de Norteamérica, llegó a Canadá de todos modos. Quebec fue el lugar de los primeros casos de cólera en la primavera de ese año, probablemente traído por inmigrantes llegados desde Irlanda. La peste subió por el río San Lorenzo, y pronto llegó a Búfalo, Nueva York. Todos sus habitantes estaban aterrorizados, y con razón. A los pocos días de su llegada, la gente caía como moscas.
El 28 de junio de 1832, la epidemia llegó a la ciudad de Nueva York, extendiendo sus maliciosos dedos sobre la ciudad a través de los insalubres suministros de agua y de alimentos. Al no saber prácticamente nada sobre la enfermedad y su transmisión, la gente no sabía que debía estar atenta a los primeros síntomas ominosos: diarrea y vómitos, seguidos de presión arterial baja, choque y, finalmente, pérdida de conocimiento. Este asesino actuaba rápidamente. Un niño podía gozar de buena salud por la mañana y, al anochecer, ya estar descansando en su tumba; y este horrible escenario era habitual. Los carros de la muerte patrullaban las calles y, al pasar frente a las casas, el conductor gritaba: “¡Saquen a sus muertos!” No se permitía que un cuerpo permaneciera sin enterrar más de una o dos horas; y con docenas de muertes diarias en cada barrio, los conductores de los carros de la muerte estaban realmente ocupados.
El efecto del cólera en el mundo fue profundo. Afectó a muchos países, algunos de los cuales tuvieron que dedicar cementerios enteros para acoger a sus víctimas. Suecia fue uno de esos países, que sufrió once epidemias de cólera entre 1834 y 1873, y perdió 37.000 personas en solo un año (1853). Actualmente, en gran parte gracias al énfasis en las fuentes de agua y alimentos limpios, la propagación del cólera han disminuido mucho. Sin embargo, es una enfermedad que sigue amenazando a las personas que viven en países del tercer mundo, y a quienes ingieren alimentos que provienen de fuentes contaminadas y que están mal lavados o poco cocinados.
Antes de la venida de Jesús, las enfermedades y la muerte se convertirán en una parte importante de la crisis final de la Tierra. Según el libro de Apocalipsis, la muerte y el luto se apoderarán del mundo en un solo día. Pero, para aquellos de nosotros que podemos ver más allá de las lápidas hacia la atmósfera brillante y sanadora de nuestro prometido Hogar celestial, la salvación de Dios nos infectará felizmente con la misma rapidez.