Sábado 16 de Julio de 2022 | Matutina para Mujeres | No se ofende

Sábado 16 de Julio de 2022 | Matutina para Mujeres | No se ofende

No se ofende

“Él sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas” (Sal. 147:3, NTV).

Una de mis amigas me envió una encomienda para mi cumpleaños. ¡Debió de haber pagado una fortuna para enviarla por correo internacional! Cuando vi la enorme caja y reconocí la letra de mi amiga, me llené de emoción. ¿Qué me habría enviado? Esperé impacientemente hasta que llegó mi cumpleaños para poder abrirla y entonces… me decepcioné completamente con el regalo. Aunque su gesto fue hermoso, su regalo no lo fue. Recuerdo haber pensado: ¿Ella gastó todo ese dinero para enviarme “esto”? Cuando mi amiga me mandó un mensaje para preguntarme si me había gustado el regalo, no supe muy bien qué decir. No quería ser descortés, pero también quería ser honesta. Finalmente, le contesté que era muy generoso de su parte tomarse la molestia de enviarme una encomienda.

A veces pensamos que Dios se va a ofender si le decimos cuán decepcionadas estamos con una situación. El lamento, el arte de darle expresión a la decepción, es un lenguaje que hemos olvidado cómo pronunciar. Aunque la Biblia tiene innumerables ejemplos, tendemos a pasarlos por alto. Pareciera que, para ser buenas cristianas, debemos estar siempre sonrientes y cantando alabanzas de gratitud. ¿Qué hacemos con las decepciones? Las enterramos en el ropero —como hice yo con el regalo—, pretendiendo que ya no existen. Pero lo que ignoramos no desaparece. Lo que no aireamos se pudre. En su artículo “You Can Be Honest With God About Your Disappointment”, la cantante y escritora escocesa Shelia Walsh reflexiona: “Al enemigo le encanta atormentarnos en esos lugares. Le encanta arrastrar nuestra basura y obligarnos a sentir su hedor. Pero cuando le revelamos toda la verdad a Jesús, el poder de un secreto… simplemente desaparece”.

Jesús sabe exactamente lo que hay en nuestros corazones, ¡no hay forma de ocultarlo! Cuando lloramos en su presencia y nos lamentamos ante una decepción, no le estamos diciendo algo nuevo o sorprendente; sencillamente estamos abriendo nuestro corazón para que él pueda consolarnos. Todos tus porqués, tus decepciones, tus lágrimas: tráeselas. Los oídos de Dios no se cansan de escuchar. Las tristezas que no pronunciamos se anudan en las cuerdas vocales y nos roban la voz. Trae tu corazón completo al altar, no solo las partes “socialmente aceptables.” A Dios no le ofende tu dolor; él quiere ayudarte a cargarlo.

No entiendo por qué suceden algunas cosas, Señor. Me cuesta hablar de esto sin sentirme culpable, sin pensar que me hace una mala cristiana. Quiero aprender a ser más auténtica contigo. Ayúdame a confiar que me amas lo suficiente como para no ofenderte y que eres lo suficientemente fuerte como para cargar con todas mis emociones.

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