La muerte del hijo de un presidente
“Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sinoque tenga vida eterna” (Juan 3:16, NTV).
Vamos al 14 de julio de 1918. La Primera Guerra Mundial. En este día de la historia, el hijo de un presidente fue asesinado por dos balas de ametralladora. Durante meses, el expresidente Theodore Roosevelt había instado a que Estados Unidos se involucrara en la guerra. Incluso se había ofrecido para ir como jefe de una división de voluntarios, entre los que se encontrarían sus hijos. El presidente Woodrow Wilson se negó a dejar ir a Roosevelt; pero Ted, Archie y Kermit, tres de los hijos de Roosevelt, se alistaron para ir a la guerra. Alentado por este ejemplo, Quentin, el menor de los hermanos, dejó la universidad y también se ofreció como voluntario. Se unió al Servicio Aéreo y pronto fue enviado a Europa. Algunos lo consideraban demasiado joven para luchar (tenía solo 19 años); y otro creían que, por ser hijo de un expresidente, iba a ser arrogante y consentido. Pero Quentin demostró ser lo contrario y pronto todos lo aceptaron con aprecio. Participó en varias misiones contra el enemigo, y se hizo conocido por su coraje y osadía. El servicio Quentin, el más joven de los cuatro hermanos Roosevelt, duró solo un año. No pudo volver a casa con su familia ni casarse con su prometida. Él dio su vida por su país.
Érase una vez otro Padre que dio a su Hijo para que también muriera en una guerra; era su único Hijo, y murió por nosotros. Jesús dejó el glorioso trono de su Padre, dejó la mirada adoradora de incontables multitudes de ángeles, dejó la comodidad de su hogar celestial y vino a este mundo oscuro, degenerado por más de cuatro mil años de pecado.
Nació en un establo de campesinos pobres y su cuna fue un pesebre. Durante un tiempo en que la nación judía era oprimida por el gobierno romano, creció en un pueblo oscuro; nunca recibió una educación de lujo, no viajó muy lejos de su casa, ni ocupó cargos públicos. Atendió a miles de personas dándoles esperanza, comida, salud y vida, pero la mayoría nunca pareció estar satisfecha o agradecida. La opinión pública se volvió contra él cuando todavía era un hombre joven. Sus seguidores lo abandonaron, y fue juzgado por crímenes que nunca cometió.
Fue golpeado, azotado y crucificado en el Calvario, y enterrado en una tumba prestada. Sin embargo, cuando se levantó de la tumba, ¡nadie dudó del regalo que su Padre había hecho al mundo!