Un corazón agradecido
“Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se le acercó una mujer con un vaso de alabastro de perfume muy costoso, y lo derramó sobre la cabeza de él, que estaba sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se enojaron y dijeron: ‘¿Para qué este desperdicio?, pues esto podía haberse vendido a buen precio y haberse dado a los pobres’ ” (Mateo 26:6-9).
Si queremos un buen contraste entre un corazón agradecido y uno malagradecido, nuestro texto de hoy nos da el ejemplo perfecto.
Si leemos el mismo relato en el Evangelio de Juan, la mujer que unge al Señor con un costoso perfume es María, la hermana de Lázaro: “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Juan 12:1-3).
Quien inicia la crítica relativa al “desperdicio” es Judas: “Dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se les dio a los pobres?’ ” (vers. 4, 5). Por supuesto, no eran los pobres lo que preocupaba a Judas, “porque era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (vers. 6).
¿Por qué estaba María agradecida? Porque el Señor no solo había perdonado sus pecados, sino además “había llamado de la tumba a su amado hermano” (El Deseado de todas las gentes, p. 512). Judas, en cambio, debió agradecer que el Señor manifestara hacia él un amor tan paciente y perdonador, a pesar de que era Judas quien iniciaba “muchas de las disputas provocadas por el afán de supremacía” entre los discípulos. Era él quien incitaba “gran parte del descontento manifestado hacia los métodos de Cristo” (La educación, pp. 82, 83). Día tras día el Señor lo soportó; día tras día lo rodeó de toda ventaja a su alcance con tal de salvarlo. ¡Pero él nunca lo agradeció!
Qué contraste tan marcado entre la conducta de María y la de Judas. Ambos fueron objetos de la superabundante gracia de Dios, pero solo ella, a un elevado costo personal, respondió al trato bondadoso de Jesús con un corazón rebosante de gratitud.
Hoy quiero imitar la conducta de María. Quiero dar al bendito Salvador lo mejor de mis talentos y recursos, lo mejor de mi tiempo y mis esfuerzos, ¡aunque otros lo consideren un desperdicio!
¿Lo harás también tú?
Gracias, Padre celestial, porque no consideraste el sacrificio de tu Hijo como un desperdicio. En respuesta a tu amor por mí, hoy quiero entregarte mi corazón.