Tesoro escondido
“Si la buscas [a la sabiduría] como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios” (Proverbios 2:4, 5, NVI).
¿Alguna vez soñaste con encontrar un tesoro escondido? Aunque es bastante improbable que lo logres, hay barcos con tesoros hundidos que aún no se han encontrado, y la gente sigue buscándolos. El 24 julio de 1715, una flota de doce o trece barcos españoles partió de La Habana, Cuba, hacia España. Los barcos, conocidos actualmente como “la flota del tesoro de 1715”, llevaban toneladas de lingotes de oro y monedas de plata por un valor de unos 14 millones de pesos (unos 500 millones de dólares de hoy), más otros productos. El viaje se realizó a pesar de que había comenzado la época de huracanes porque España necesitaba el oro y los productos exóticos que cargaban los barcos.
La ruta que seguían pasaba por Florida; y fue allí que, en la madrugada del 31 de julio, un violento huracán golpeó casi sin previo aviso. Los capitanes se esforzaron por salvar sus embarcaciones, pero fue inútil: el fuerte viento hizo que algunas fueran destrozadas al chocar contra los arrecifes, y que otras encallaran en la playa, medio destruidas; varias directamente se hundieron. Solo una logró escapar de la tormenta y llegó a Europa un mes después, sin saber lo que le había ocurrido al resto. Se calcula que, de las 2.500 personas que viajaban en las embarcaciones, unas 1.000 perdieron la vida.
Los que sobrevivieron quedaron desparramados a los largo de la costa de lo que hoy es Cabo Cañaveral. Mientras esperaban ser rescatados, sufrieron enfermedades, falta de agua dulce y alimento, y encuentros con aborígenes y animales. Los equipos de salvamento, además de rescatar a los sobrevivientes, lograron recuperar alrededor del 80 % del oro. El resto no se descubrió sino hasta casi 250 años después; e incluso hoy en día, cada tanto, aparecen artefactos y monedas de plata en las playas de Florida.
Es una historia escalofriante; tanta destrucción y muerte. Ser marinero era una ocupación peligrosa: enfermedades tropicales, y otras causadas por la terrible higiene y una mala dieta; huracanes que podían destrozar las embarcaciones; piratas que merodeaban por el mar abierto. Y a todo esto se sumaba el temor a los monstruos marinos. Sin embargo, seguían realizando viajes para transportar tesoros.
Si valoramos la Palabra de Dios tanto como muchos valoran las joyas y el oro, daremos cualquier cosa para conseguirla y conservarla, y hasta llegaremos a arriesgar la vida por ella. Miles de personas lo hecho a lo largo de los años. La Biblia ha sido conservada a un gran costo. Se ha traducido y compartido en las zonas más remotas de la Tierra. Su valor está muy por encima de los rubíes, la plata o el oro.