Mi torcido dedo meñique
“Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada” (Santiago 1:4, NVI).
Mi deporte favorito siempre fue el vóleibol. Formaba parte de la selección de mi colegio y nos preparábamos para el campeonato interescolar. Por ser más alta que mis compañeras (no por destacarme en este deporte) también me escogieron para la selección de básquetbol. Estaba segura de que ese no era mi deporte; sin embargo, era entusiasta y acepté.
Una mañana, luego del entrenamiento, sonó el silbato, y empezó el juego. Me preparé para recibir mi primer pase, estiré los brazos, abrí las manos, y al llegar la pelota sentí un dolor que no quisiera repetir. La pelota fue directamente al dedo meñique de mi mano derecha y golpeó tan fuerte que me torció los nudillos. Inmediatamente el dedo se hinchó, y el juego terminó para mí.
En la clínica, me colocaron una venda rellena de algodón y la cubrieron de yeso. El propósito era inmovilizar las articulaciones, pero tuvieron que aplicarlo en toda la mano para lograr una recuperación menos dolorosa y más rápida.
–¿Cuándo me sacarán el yeso? –pregunté.
–En un mes –respondió el doctor.
¡Oh, no! Esa era una mala noticia. El primer partido era en tres semanas y con ese yeso no podría jugar. Esa noticia fue más dolorosa que el dedo torcido.
Con la mano derecha enyesada no era mucho lo que podía hacer, y a la hora del entrenamiento solo podía sentarme y mirar a mi equipo, mientras pensaba cómo hacer para acelerar mi tratamiento. Se acercaba el campeonato, y mi desesperación crecía. Faltando tres días se me ocurrió una idea de la que hoy no me siento orgullosa. Me saqué el algodón de adentro del yeso y lo aflojé tanto que tuvieron que llevarme a la clínica para sacarme todo.
Al igual que yo, muchas personas se desesperan y no esperan que el proceso llegue a su “feliz término”, no ejercen la perseverancia (constancia) y quieren apurar las cosas para obtener un resultado, que no siempre es el mejor. Han transcurrido muchos años desde aquel incidente, pero hasta el día de hoy mi torcido dedo meñique me recuerda que debemos tener paciencia para no interrumpir los procesos. La única manera de llegar a un “feliz término” es permitiendo que la obra complete su proceso y llegue a su fin. Dios también quiere hacer una obra completa en ti. Permite que la termine “para que seas perfecto e íntegro, sin que te falte nada”.
Magaly