Un barril sobre el Niágara
“Así que tengan cuidado de cómo viven. No vivan comonecios sino como sabios” (Efesios 5:15, NTV).
¿Qué es lo más aterrador que has hecho? ¿Tirarte en paracaídas? ¿Saltar en bungee? ¿Bucear en aguas infestadas de tiburones? ¿Hacer flexiones en un pozo de cascabeles? Y ¿qué tal saltar por las cataratas del Niágara en un barril? ¿Te parece una locura? Pues lo es, pero era un riesgo que una maestra de escuela llamada Annie Taylor estaba dispuesta a correr. Lo que es aun más loco es que, en ese momento, tenía 63 años.
Afirmó que tenía 40 años, pero los registros genealógicos mostraron que no era cierto. Pero eso fue en 1901, cuando la esperanza de vida de los estadounidenses era de 47 años, así que quizá pensó que no tenía nada que perder. Esto es lo que ocurrió:
Tras la muerte de su marido en la Guerra Civil, Annie Taylor vivió en muchos lugares antes de establecerse en Michigan hacia 1898. En 1901, mientras leía un artículo sobre la Exposición Panamericana de Búfalo, se enteró de la creciente popularidad de dos enormes cascadas situadas en la frontera entre Canadá y el norte del estado de Nueva York. Sin dinero y en busca de fama, Annie ideó la maniobra perfecta para llamar la atención: saltar por las cataratas del Niágara en un barril.
Annie Taylor no fue la primera persona que intentó lanzarse por las famosas cataratas. En 1829, Sam Patch, conocido como el “Saltador Yankee”, sobrevivió saltando por las cataratas Horseshoe, de 53 metros de ancho, en el lado canadiense de la frontera. Más de setenta años después, el 24 de octubre, día de su cumpleaños, Annie decidió dar el salto Con la ayuda de dos asistentes, se ató a un arnés de cuero que estaba sujeto dentro de un viejo barril de madera para encurtidos. Medía un metro y medio de altura y un metro de diámetro, y estaba recubierto con cojines para amortiguar la caída. Annie fue remolcada por una pequeña embarcación hasta el centro del caudaloso río Niágara y se soltó.
Las corrientes de agua la golpearon violentamente de un lado a otro y luego la impulsaron por el borde de las cataratas Horseshoe. Unos veinte minutos después de comenzar su viaje, Annie llegó a la orilla un poco maltrecha pero viva. Tras una breve ráfaga de fotos y discursos, la fama de Annie se enfrió y no pudo hacer la fortuna que esperaba.
Annie Taylor fue una insensata. Pero, hay algo por lo que vale la pena arriesgar la vida. Pedro, Pablo, Juan y todos los discípulos de Jesús lo sabían. Y la recompensa de vivir para él es infinitamente mayor que toda la fortuna y la fama que el mundo pueda ofrecer.