El mayor riesgo
“La más bendita entre las mujeres es Jael, la esposa de Heber, el ceneo. Bendita sea más que todas las mujeres que viven en carpas” (Juec. 5:24, NTV).
Cuando Barac se negó a ir a la batalla a menos que Débora fuera con él, ella profetizó que la gloria de la victoria se la llevaría una mujer. Los laureles se los llevó Jael. Ella y su marido, Heber, eran descendientes del suegro de Moisés, Jetro, pero no vivían en Canaán. Eran beduinos y estaban en paz con el rey Jabín.
Cuando el comandante Sísara dejó su carro empantanado en el campo de batalla y escapó a pie, él buscó refugio en la tienda de Jael.
No hay forma de suavizar esta cruenta historia, o de volverla menos repugnante. Jael le dio leche a Sísara y lo cubrió con una manta. Cuando él se durmió, ella clavó una estaca en su sien. Más allá de las preguntas éticas y morales que este relato sin duda genera, algo queda claro: Jael no era la clase de mujer que dejaba pasar una oportunidad. Ella ignoró las leyes de hospitalidad de la época, e ignoró que eran aliados del rey.
Tampoco perdió tiempo esperando a que Barac llegara (tal vez le preocupaba que Sísara despertase). Con una resolución digna de una guerrera amazona, tomó lo que tenía y conocía —una simple estaca— y lo usó para matar al enemigo de Israel.
Tomar o dejar pasar una oportunidad puede costarnos años de vida. El pueblo de Israel vagó por cuarenta años en el desierto por negarse a avanzar y atacar cuando Dios se lo ordenó. De igual manera, podemos pasar años sufriendo porque evitamos tener una conversación difícil, por no poner límites, o por no atrevernos a pelear por nuestros sueños. Podemos sacrificar la vida entera en el altar de la seguridad y evitar correr cualquier riesgo. ¿Te imaginas qué hubiera sucedido si Jael esperaba a que llegase alguien más fuerte y más capaz para luchar contra este poderoso enemigo? Probablemente, Sísara hubiera despertado y escapado con vida. Jael se dio cuenta de algo muy importante: el mayor riesgo era no hacer nada. Últimamente, cuando Dios me da oportunidades para las que no me siento preparada, recuerdo tres cosas que posiblemente Jael pensó: 1) No puedo ni debo hacerlo como lo haría un hombre; 2) probablemente, no me va a salir perfecto; y 3) el mayor riesgo es dejar pasar la oportunidad. ¡No desperdicies las oportunidades que Dios te da!
Señor, te agradezco porque cada día está lleno de nuevas oportunidades. Quiero aprovecharlas al máximo, con fe y coraje.
Amen, quiero aprovechar cada oportunidad, correr el riesgo, peor es hacer nada