Valor y terror
“¡Así que sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni sientas pánico frente a ellos, porque el Señor tu Dios, él mismo irá delante de ti. No te fallará ni te abandonará” (Deut. 31:6, NTV).
“¿Cómo te sientes?”, me preguntó Kim. Yo acababa de recibir malas noticias. La compañía para la cual trabajaba estaba por cerrar el proyecto del que yo era parte. Me quedaría sin trabajo en menos de un mes, en medio de una crisis económica internacional. Le dije a Kim que una parte de mí era valiente y sabía que Dios proveería, pero que la otra parte de mí estaba aterrada, porque aún tenía cuentas que pagar. La respuesta de Kim me sorprendió por su simplicidad y profundidad: “Es normal sentir valor y terror”. Valor y terror, juntos.
Solemos tener una imagen del valor que es irreal, como salida de alguna película. Pensamos en un guerrero, con la espada desenvainada, gritando al enfrentar un ejército enemigo, solo y sin pestañear. Cuando nuestro valor no está a la par de esa imagen mental, nos llenamos de culpa.
La verdad es que el valor huele a sudor y sabe a lágrimas. La verdad es que nadie se enfrenta a un gigante sin haber matado primero a un león y a un oso. La verdad es que el valor crece cuando nos enfrentamos al miedo. Como dijera el activista sudafricano Nelson Mandela: “Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”. Aunque nos tiemblen las piernas, si seguimos avanzando es porque somos valientes. ¡No dejemos que el perfeccionismo nos paralice! Sí, sería ideal que no nos temblaran las piernas, pero el coraje es como andar en bicicleta: se aprende andando. Con cada paso que damos —y aun si nos arrastramos— le ganamos terreno al miedo.
Cada día trae una porción de valor y terror servida en el mismo plato. Crecemos cuando escuchamos el llamado que Dios nos hace a tener coraje. Crecemos cuando entendemos que nuestra valentía no tiene que ser perfecta para marcar una diferencia. Cada pequeña batalla que ganamos nos entrena para la próxima y renueva nuestra fe. Cuando nos atrevemos a pelear, por mucho desarrollo que le falte a nuestra técnica de guerra, Dios va reconquistando territorio en nuestra alma y nos va librando de la tiranía del miedo. La solución al miedo no es quedarnos paradas, sino seguir avanzando… con valor y terror.
Señor, hoy escucho tu llamado a la valentía y elijo avanzar, no porque no tenga miedo, sino porque confío en ti. Sé que irás delante de mí y nunca me abandonarás. Sé que con cada batalla me harás más fuerte.
Amén, quiero avanzar por fe y dar el paso de fe, porw6ud. Mi Señor y Dios, va al frente de mi, alabo su nombre por ello. Am