Por amor a él
“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Apenas tenía treinta años, y ya Albert Schweitzer era doctor en Filosofía y en Teología. Además, era considerado uno de los mejores organistas de Europa. Todo un universo de posibilidades se abría ante él cuando, de manera sorpresiva, Schweitzer anunció que estudiaría Medicina.
¿Estudiar Medicina? ¿Con qué fin? Con el propósito de dedicar su vida a ayudar a la gente necesitada en África. Según escribe William Barclay, en el momento en que tomó su decisión, Schweitzer era el rector del Theological College of Strasbourg, vivía cómodamente y tenía delante de sí la perspectiva de una brillante carrera como profesor de Teología. Además, había estudiado música bajo la dirección del compositor francés Charles Marie Widor; y era reconocido como una autoridad en la interpretación de la música de Bach.
Sin embargo, Schweitzer prefirió dejarlo todo atrás y tomar el camino que lo llevaría a Lambaréné, Gabón, donde construyó un hospital y durante décadas brindó atención a millares de pacientes y centenares de leprosos. El alcance de su obra filantrópica lo hizo merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1952.
Para quienes vivimos en el siglo XXI, nada de lo que hizo Schweitzer pareciera tener sentido. ¡Pero tenía sentido para él! Por eso, cuando le preguntaron por qué había decidido abandonar su carrera, para convertirse en misionero en el África, dijo: “Lo hice por él” (Norval F. Pease, En esto pensad, p. 228).
Lo hizo por amor a Cristo. Lo que para el mundo era toda una “locura” (1 Cor. 2:14), para Schweitzer era lo más natural. Él tenía que hacer algo, aunque fuera poco, en gratitud a Aquel que tanto había hecho por él.
Al igual que el apóstol Pablo, todo lo que en un tiempo era ganancia para Schweitzer, palidecía ante el supremo privilegio de conocer el amor de Cristo.
“Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”, dijo Pablo (Fil. 3:8).
¿Qué sucede cuando el amor de Cristo se apodera del corazón de una persona? Esto es lo que sucede: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20). Así es. ¡Y todo por amor a él!
Cristo bendito, apodérate de mi corazón. Establece ahí tu trono, desde hoy y para siempre. Amén.