La agonía del Getsemaní
“En medio de su gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente, y el sudor le caía a tierra como grandes gotas de sangre” (Luc. 22:44).
He escuchado muchos sermones sobre la crucifixión de Jesús. Bueno, en realidad muchos sermones malos sobre ese capítulo de la historia más grande jamás contada. Son sermones que se enfocan demasiado en la sangre y muy poco en la gloria. Tratan de hacerte sentir culpable con el sufrimiento físico de Jesús.
Un día, sentado en la capilla de la Universidad Andrews, escuché cómo el orador de la semana de oración, un profesor de otra universidad, hizo una descripción espeluznante de las etapas de la muerte por crucifixión, hablando durante todo el sermón de estertores e inflamación de tejidos corporales. En un momento, comenzó a hablar de una gata que rescató a sus gatitos del fuego. Describió con detalle cómo la gatita se cocinó viva y cada ampolla que le ocasionó el fuego. Sinceramente, di gracias a Dios porque el servicio fue antes del almuerzo y no después.
La película La pasión de Cristo describe a Jesús como capaz de soportar un nivel de brutalidad física que habría matado a cualquier persona común una docena de veces. La película exageró el sufrimiento físico de Jesús. Lo cierto es que Jesús no necesita ni nuestra piedad ni nuestra culpa, porque no fue la tortura física lo que lo mató.
La crucifixión era un proceso largo y prolongado que mataba a las personas lentamente, durante días. Los Evangelios describen la sorpresa de los soldados romanos antes del anochecer del viernes, cuando descubrieron que Jesús ya estaba muerto y que no necesitaban acelerar su muerte rompiéndole las piernas (lo que causaría asfixia).
La noche antes de morir, Jesús se sentía angustiado en el Getsemaní por lo que iba a sufrir. Se sentía desesperado por la carga que tenía que soportar, y le rogó a Dios que encontrara una salida. Dijo: “Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mar. 14:36). Lucas nos dice que la agonía de Jesús era tan intensa, que sudaba sangre. Colgado en la cruz, gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mat. 27:46).
Jesús no murió por el sufrimiento físico, sino por el sufrimiento de su corazón.